martes, 13 de septiembre de 2011

CAPITULO N° 222222

 La obra y personajes pertenecen a Stephenie Meyer.
La historia es nuestra.
Advertencia: Escenas fuertes y lenguaje adulto.
Bueno nenas… ¡Muchas gracias a todas las que nos leyeron! Sabemos que es difícil procesar quizás, tanta información cruel y devastadora. Pero pronto llegará la venganza de estas almas…. 

El pasado Oscuro II
Sus ojos se abrieron de manera lenta y cautelosa. Miedo, terror y desesperación eran los sentimientos que invadían su cuerpo. 

La claridad matutina iluminaba la habitación indicando que un nuevo día había comenzado. 
Intentó alzar la cabeza para observar dónde se encontraba, pero un dolor punzante la obligó a cerrar los ojos nuevamente.
Se quejó en voz alta de aquel malestar en su cabeza que le punzaba las sienes, removiéndose sobre una superficie plana y dura. 
Isabella abrió los ojos abruptamente al notar que no era su cama la que acunaba su vigilia. 
Se levantó de golpe y el horror se apoderó de ella.
Paredes blancas y escabrosas. Una mesa de metal muy amplia en el centro, con una lámpara que la iluminaba enérgicamente. Una ventana con rejas y la terrible sensación de estar en un hospital, la paralizaron.
Se encontraba sobre una camilla vieja con sus ropas rasgadas. 
Su corazón latía apresuradamente. Era consciente de lo que podía llegar a pasarle en aquel espantoso lugar… finalmente los rumores de los que se hablaban en el hogar eran cierto, Jane y Aro secuestraban internos y los sepultaban en el horror. Ella escuchó claramente cuando Jane nombraba “riñón e Isabella”… La niña cayó en la cuenta de que su vida estaba siendo contada por los minutos y un terror inexplicable le brotó en la mirada.
Con muchísimo miedo y desesperación levantó su blusa.
Observó que en la zona de su riñón, un círculo negro con anotaciones estaba plasmado en su piel. Saltó con un gemido horroroso ante la impresión que sintió.
Lágrimas de impotencia comenzaron a caer de sus ojos. El dolor frenético en su cabeza aumentaba al punto de estallar, y un pequeño temblor sacudía su cuerpo.
El silencio era tan imponente, que Isabella, solo oía el desbocado palpitar de su corazón, el cual dolía ante la angustia y el miedo que ese lugar le causaba.
Intentó recordar que había ocurrido la noche anterior, cuando el hombre con cara de siniestro la adentró hacía la tenebrosa casa.

Una habitación vacía fue quién recibió a los huéspedes. Jane se perdió por una escalera hacía un subsuelo. El hombre que sostenía a Isabella, la soltó y la dejó caer sobre una vieja silla llena de polvo. La niña lloraba silenciosamente mientras pasaba sus manos sobre sus lágrimas, con el fin de que no vean su debilidad ni terror. No quería ser golpeada por débil, e Isabella, había aprendido a los golpes a no llorar en adversidad… Clotilde le enseñó… 
 Los dos hombres salieron dejándola sola en una oscuridad espantosa. Nunca le gustó la oscuridad, pero aprendió que oscuridad era sinónimo de paz en su vida.
Recordó a Lucy y sus oraciones… a Leah y sus libros prohibidos. Recordó a James y su mirada rebelde. Recordó aquel tomo que dejó escondido bajo su cama… recordó como la niña sobrevivió los infortunios y tomó aire para retirar las últimas lágrimas que ahogaban su interior.
Se sentó en el suelo, en una esquina sucia. Isabella abrazó sus piernas y apoyó su cabeza en sus rodillas… Es solo oscuridad… soy fuerte, soy fuerte… se repetía incansablemente…
Media hora más tarde, una luz blanca cegadora alumbraba la habitación, y el mismo hombre de cabello negro y mirada siniestra se adentró con una furia contenida.

      - ¿Qué haces en el suelo? – y la tomó del brazo arrastrándola nuevamente a la silla empolvada. 

Isabella agachó la mirada. Intentó ocultar el terror que sentía y acallar el palpitar de su corazón. Una ansiedad por lo que vendría, le nublaba los sentidos… ¿Mami?… Estoy contigo mi amor…
El hombre sacó de su pantalón una bolsa pequeña de cocaína. Malició en voz alta, al notar que no había ni un mueble a su alrededor para poder volcar la droga, por lo que con un rugido nervioso, salió nuevamente de la habitación, no sin antes gritar: ¡TE QUEDAS QUIETA!

Las lágrimas volvían a amenazar sus ojos…  casi 14 años y la vida se la caía en sus manos… 
El hombre volvió sosteniendo una mesa chiquita de madera desgastada, que contenía un vaso de agua encima. La posicionó frente a la silla donde se encontraba una estática Isabella y vertió la cocaína. Mezcló la droga con agua y retirando una jeringa que sacó de un bolsillo de su camisa, tiró del embolo y llenó el tubo de aquella sustancia nociva. 
Isabella miraba con miedo. No conocía ese polvo y le daba terror esa aguja.


     - Dame tu brazo – Isabella parpadeó y comenzó a llorar sin poder evitarlo.

     - ¡Deja de llorar! ¿Acaso es lo único que sabes hacer? ¡Dame tu maldito brazo! – la niña con un temblor maniático, acercó su brazo al hombre que la miraba impaciente.

Tomó el brazo y luego de localizar la vena con unos golpes leves sobre la piel, presionó haciendo que un grito agudo y lastimoso saliera del interior de Isabella.

    - Ya verás como quedas calladita - El hombre retiró la jeringa, echándola por los aires. Quitó el vaso, haciéndolo estallar contra la pared y lamió perversamente el polvo que quedó sobre la mesa. Una vez limpia, el hombre se sentó en ésta y comenzó a masajear su miembro por encima del pantalón. Isabella estaba con los ojos cerrados aguantando las lágrimas, mientras sensaciones desconocidas comenzaban a aparecer en su cuerpo.

    - Abrí los ojos. Quiero que me veas. – Isabella abrió los ojos lentamente… El hombre tenía su erecto miembro en sus manos y lo masajeaba lascivamente. Sintió ganas de vomitar y desvió su mirada. 

     - ¡MÍRAME!- y rápidamente volvió la vista hacía el horrendo escenario-  ¿Te gusta puta? Por que eso es lo que eres. Una puta – y masajeaba cada vez mas rápido su virilidad.

El hombre cerró los ojos y con un gemido placentero, se liberó de la tensión que contenía en sus manos. Isabella cerró los ojos, no queriendo observar el acto.  

     - Lame mi mano puta –  La niña abrió los ojos de golpe y el horror disfrazó sus facciones. Lágrimas desesperadas brotaban por su cara. Invocaba cuantos dioses se le cruzaban por la cabeza y hacía una fuerza enorme con sus manos, como si pudiera desaparecer la escena de ésta forma. El hombre se paró y con una de sus manos obligó a la cabeza de la niña hacía sus pecados. Isabella cerró su boca y por acto reflejo, se retiró con sus manos empujando al monstruo que tenía enfrente.

   - ¡MALDITA DESGRACIADA! – y nuevamente fue la oscuridad quien le condenó la paz de su alma. El golpe que recibió en su cabeza, más la droga en su organismo, la llevaron a un profundo sueño oscuro. Donde la paz reinaba y los golpes eran remplazados por palabras dulces de su madre… Siempre contigo mi amor… 




Estaba sumida en los recuerdos de la noche anterior, por lo que no escuchó cuando los mismos hombres, aparecieron por una puerta en la derecha. Isabella se asustó ante la repentina aparición y acomodó su blusa frenéticamente.
Quiso hacerse la dormida para no tener que enfrentar la situación, pero los hombres fueron rápidos. Uno de ellos, el mismo obsceno que se quedó con ella en la noche, la alzó bruscamente y la situó en la mesa de metal que se encontraba en el centro. Isabella entró en una crisis de angustia. La opresión de esclavitud era insoportable. No eres esclava mi amor, tu eres libre Isabella, fuerte… esclavos aquellos que no sienten sino libertinaje… 
El hombre, aquel que parecía el más joven, encendió la lámpara que iluminaba profundamente el abdomen de la niña. Tomó los tobillos de ésta y los ató cada uno de lado de la mesa. Isabella se removía ansiosa. 


    - ¡QUIETA! esta vez no te callaré con un golpe -  dijo el otro, mientras le ataba las muñecas en forma de cruz. Isabella quedó tendida en la mesa con sus extremidades inmovilizadas.

Vio con horror como los hombres, preparaban pinzas y tijeras frente a ella. El más joven, palpó su brazo derecho incrustando una jeringa. La anestesia total surtió sus efectos quince segundos más tarde. No sentía su cuerpo, se le imposibilitaba hablar, pero sus oídos y sus ojos no padecieron la dosis… Oh no, no, no… antes de cerrar sus ojos e intentar sumirse en la nada, observó como le soltaban las extremidades y la obligaban a acostarse de lado. Isabella cedió sobre su costado derecho. 

   -Harás una incisión hasta de 12 pulgadas de longitud sobre éste costado – El hombre tocó la piel dibujada de Isabella y señaló al más joven -Justo por debajo de las costillas o por encima de las últimas costillas.

Un estallido brutal resonó en el ambiente.

   - ¡ERES UNA IDIOTA!- un estruendo de vajillas romperse, despertó el turbio momento de todos. - ¿Quién  crees que eres para desobedecerme? – Más y más objetos rotos - ¿Dónde está? – La voz de Aro sonaba violenta y demente- Habla Jane, o no respondo de mi… ¿Dónde diablos está Isabella? 

   - ¿Tú eres el ofendido? Me rastreaste como a una criminal y ¿tú eres el ofendido? – una abofeteada en la cara de Aro estremeció la situación – Es un maldito riñón a cambio de una fortuna. ¿Qué tanto con esa insolente Aro? 

El hombre con una rabia ciega, se acercó a Jane. La tomó de su cuello y la estampó contra la pared.- ¿Dónde la tienes? -La mujer, luchaba para poder respirar. 

   -  Suél… ta… me – con voz entrecortada, Jane, empujó a su pareja. Lo miró con ojos desafiantes y dolidos. Sí. A pesar de todo, le dolía que se enfrentara a ella por esa mugrosa.  

    - Señor Vulturi –  habló primero el hombre mas joven. Con los gritos, dejaron a Isabella sobre la mesa, y fueron a ver que era lo que ocurría entre sus jefes.

Aro se acercó rápidamente hacía el mayor y con una bofetada le gritó: -   ¡LLEVAME CON ELLA! 

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La mansión de Madame Hale se encontraba en el XVIII Distrito de París, principalmente conocido por acoger el distrito de Montmartre. El barrio parisino era uno de los más destacados. La mansión estaba alejada. Ocupaba una manzana entera. Su fachada lujosa y fina, contrastaba con el famoso Theatre des Abbesses, teatro del que, la muy reconocida Madame Hale, era dueña. 
 Edward observada anonadado los brillos de las cosas por la hermosa Montmartre. No muy acostumbrado a frecuentar las zonas más preciosas de su ciudad, el joven, admiraba boquiabierto las finuras y el mármol que decoraban la mansión. 
Tímidamente, iba a proceder a llamar a la puerta, cuando un hombre de muy buenas proporciones se plantó frente a su cara.


     - ¿En que lo puedo ayudar? – el hombre lo rebajó de arriba abajo… ¿Acaso se cree que con estas pintas entrará en la mansión?

     - Busco a Madame Hale – respondió el joven – Dígale que soy Edward Cullen. 

El hombre perplejo iba a renegarse al pedido, pero por un presentimiento casi femenino, accedió a levantar el teléfono que comunicaba la casa con su entrada principal, y marcó.
      
      - ¿Si Albert? – la voz sensual y destacada de Rosalie resonó en los oídos de su muy pintoresco guardia.

     - Mi Madame. Disculpe que la moleste. Un joven dice buscarla. Su nombre es Edward Cullen. 

La mujer estuvo unos momentos en silencio… Enfin est venu me beau bébé…

  - Hágalo pasar Albert. Lo espero en la sala principal. Muchas gracias.- respondió la mujer con la voz contenida.

Albert, completamente sorprendido, se acercó al joven que esperaba en la puerta de la mansión.
El portón vistoso, se abrió y Edward miró a Albert con gesto divertido. 

- Con su permiso – y se arrastró a un mundo que desconocía.

Un hermoso jardín lleno de rosas blancas y grandes pinos, le daban la bienvenida. Ingresó por una puerta enorme de madera, que lo esperaba un poco abierta. Edward la abrió y un enorme hall lleno de pinturas de Pablo Picasso, le deslumbraron la vista… 

     - ¿Señor Cullen? – una mujer menuda apareció por el costado izquierdo.

     - Si – y le tendió la mano. La mujer sorprendida por aquel gesto cortes del joven desprolijo y sucio, le devolvió el gesto de manera cortante. – Sígame por favor. 

Se adentraron por una escalera de madera fina. Subieron a un ritmo tranquilo. Edward miraba las pinturas preciosas y las extravagantes estatuas que contenía la mansión. Un cuadro de una hermosa Madame Hale se situaba en la cúspide del piso, colmando la atención de todo aquel que pasara por allí. 
Ingresaron en una habitación espaciosa. Una mesa impecable con sillones a su alrededor se encontraban en el centro. Un ventanal enorme iluminaba la sala de manera suave y cálida. Un piano blanco y fabuloso estaba en un costado, y una biblioteca imposiblemente titánica colmaba la pared opuesta. Edward mirada anonadado aquel espectáculo cultural.
    
     - Tome asiento Señor – y la joven dejó solo en aquel templo al niño que vivía en los suburbios. 

El joven paseó por la enorme habitación. Miró la biblioteca con curiosidad. La historia de O, Introducción al BDSM, Diario de una ninfómana, El rapto de la bella durmiente, Diez tomos del Marques de Sade, se repetían en diferentes ediciones. Siguió su curso y tocó con manos delicadas, aquel piano precioso… Acarició suavemente la tapa superior, como si de un objeto de porcelana fina se tratara. 
Descaradamente, se sentó frente al instrumento que lo incitaba al erotismo, y con una sutileza casi imperceptible, sus dedos hicieron sinopsis con las teclas.
Un impacto musical feroz resonó en la tranquilidad de la sala.

   - No niño – el joven volteó su cabeza hacía la imponente voz-  Para tocar el piano deberás aprender. Ven aquí Edward. Siéntate. – Una hermosa Rosalie Hale, vestida con una falda tubo color negra y una blusa fina de un color hueso, se reposaba sobre un sillón. Su melena rubia y brillosa, caía en cascada por uno de sus hombros. Su maquillaje fuerte y sensual y unos tacones de 12 centímetros, miraban al joven que se asustó ante la intimidante voz de la diosa francesa. 
Se acercó con paso vacilante y tomó asiento frente a la mujer que lo miraba especulativamente. 
     - Bien Edward… Te escucho… ¿Qué asunto te trae a mi hogar? 

El joven intimidado ante semejante mujer, bajó la mirada y comenzó a tocar sus manos en un gesto nervioso. Respiró profundamente y la miró a los ojos penetrantemente. 

   - Estoy aquí mi Madame, por que quiero ser su servidor. 

    - Oh niño guapo… ¿Mi servidor? – La astuta Hale, levantó una de sus cejas de manera sugestiva. 

    - Madame. Mi vida tomó un rumbo extraño – un nervioso Edward jalaba su cabello maniáticamente – Estoy dispuesto a lo que usted quiera. 

     - Mmmm eso suena interesante mi querido Edward.- se tomó unos segundos para pensar-  Dime ¿Sabes exactamente que haces aquí conmigo?

  - Si claro – dijo con mirada desafiante – Quieres que complazca todos tus deseos sexuales Madame – y el desgraciado remarcó la última palabra en forma burlona.

- Oh… mi querido Edward. Veo que no tienes idea de lo que haces en mi hogar- Rosalie negó suavemente con su cabeza-  Si quiero que complazcas todos mis deseos, pero no de forma impertinente y desafiante. Ese no es el perfil que puedes osar utilizar en mi presencia. Yo mando, tú cedes. Es tan sencillo como eso mi precioso Edward…

Edward enmudeció… ¿Qué pretende?... 

    - Oh mi beau bébé no te asustes. 

    - No me asusto Madame. No me asusto. Pero…no comprendo a que se refiere. Solo sé que estoy cansado de mi vida, y que quiero cambiar. No quiero más los horrores de la calle. Eso quiero Madame y usted…Usted me puede ayudar.

   - ¿Cansado Edward? Tú, mi niño guapo, no sufriste los horrores de la calle. Precioso… tú ingerías alimento, una vez al día, de la cafetería de mi primo Jasper… 
Yo lo sé.... Tú no sabes lo que es pasar miserias, pasar cosas tremendas. Eres un rebelde Edward. Tus horrores, como los llamas, son pura y exclusivamente consecuencia de tu rebeldía. Y sencillamente, no sabes por que estás acá guapo.- La voz tranquila de Rosalie lo alarmaba. La mujer encendió un cigarro muy fino y prosiguió. 

    - ¿Pero sabes? Sé que tienes la necesidad de estar conmigo. Necesitas mi dinero y yo te necesito a ti.

El joven se ruborizó. Madame Hale lo conocía mucho más que él mismo y eso lo atemorizó. Se sintió vulnerable ante la imponente mujer que fumaba de manera delicada y sensual.

     - Vamos guapo, no seas tímido, habla... ¡Marttinne! - y la mujer impecable que lo llevó hacía allí apareció frente a ambos - Tráigame dos tasas de té mi querida.

 Edward intentó decir que él no tomaba esa mierda, pero Madame Hale con una mirada fría lo calló - Yo elijo Edward. 

Cinco minutos más tarde Marttinne reposaba sobre la mesa dos tasas de Té. Edward frunció el seño ante la delicada porcelana inglesa que contenía el líquido casi negro. 


     - Bien Edward. ¿Dispuesto a todo?

     - Si Madame. 

     - Voy a proseguir a informarme mi querido, como serán las cosas a mi lado. Una vez que hayas escuchado lo que tengo para decirte, podrás preguntar tus dudas. Lo tomas o lo dejas. ¿De acuerdo? – y bebió delicadamente un sorbo de té.

Edward asintió mientras intentaba que el contenido no se le volcara encima. 

     - Primero y principal… Ese atuendo tuyo rebelde y desarreglado, ¡Nunca más! – la voz resonó potente y Edward casi derrama el líquido sobre su camisa del susto. 

     - ¿Entendido? En el momento en que arregles un pacto conmigo niño, yo me haré cargo de tu vestuario. Te pondrás lo que se me antoje que te pongas. Estarás siempre arreglado y limpio. 

Edward asentía sin llegar a comprender a la bella dama… 

     - ¿Sabes algo de lo que busco en mis relaciones Edward?

     - Madame… como le dije. Que complazca sus deseos sexuales. 

     - Veo que no mi querido, veo que no… - Madame Hale bebió otro sorbo del delicado té-  Muy bien Edward. Soy una dominante. No solo en mis deseos sexuales. Si quieres una relación conmigo, me venderás tu vida. Tus pensamientos me pertenecen. Tus deseos son míos. Tu cuerpo es mi territorio y tu voluntad desaparece en el momento en que ingresas al templo de mis placeres… ¿Comprendes? 

Un no muy seguro Edward asintió lentamente.

   - Te mudarás a mi hogar Edward. La relación que deseo tener contigo es una relación 24/7. Concluyo que no tienes idea de que va esto. Así que mi querido, préstame atención- otro cigarro colmó la boca de la mujer, que estaba excitada ante la idea de tenerlo bajo sus pies -  El número 24, hace alusión a las horas del día. 24 horas es lo que quiero de ti – Sonrió de manera perversa – El número 7, hace referencia a la cantidad de días que tiene la semana. Así que mi beau bébé quiero tu tiempo completo. Por éste mismo motivo, es que vivirás conmigo. Siempre a mi disposición.

    - Per… 

    - Shh bébé… - lo cortó Rosalie- ¿Acaso no me escuchas? Preguntas al final querido. Déjame terminar – Edward asintió. 

    - No saldrás de la mansión solo… ¡Jamás! Solo irás conmigo a las fiestas BDSM. – Edward la observó extrañado… ¿Qué mierda es eso? 
 - Reitero. Irás conmigo a las fiestas BDSM. Por cierto. Muchas las organizo yo mi querido. Seremos anfitriones – y soltó una carcajada diabólica- Bondage, Disciplina y Dominación, Sumisión y Sadismo, y por último, masoquismo. 
Edward creyó que la boca se la caería hacía abajo… ¿Masoquismo? ¿Bondage?... Madame Hale, al notar la incredibilidad del hombre, con una mirada reluciente prosiguió su relato.
    - Dichas prácticas, mi querido Edward, te serán explicadas en su momento. Como te dije anteriormente, tu cuerpo me pertenece sin excepción. Soy dueña de todo lo que a ti te concierne y tendrás que estar dispuesto y entregado a todos mis antojos… ¿Crees poder con eso Edward Cullen? 

    - Si Madame. – las palabras salieron de su boca sin ser pensadas. 

    - Muy bien guapo. Escucho tus preguntas – y se acomodó de manera sensual sobre el sillón.
    - ¿Cómo será mi paga Madame? No me trate usted de impertinente. Sólo que necesito dinero para vivir. 

     - ¿Alguna vez trabajaste Edward? Yo sé que no mi querido. Conmigo siempre sincero. Sé que quieres el dinero. Y dinero tendrás. A tu disposición, te daré todos tus antojos. Solo debes pedirlo. ¿Ves? No soy tan mala. 

    - Viviendo con usted no necesitaré nada. Pero tengo una condición importante mi Madame… Mi padre. Charlie sigue viviendo en el callejón junto a mí. Está viejo y enfermo… quiero darle la dignidad que perdió. Quiero un hogar para él.
- No habrá problema con eso mi querido. Puedo comprarle un departamento hermoso cerca de aquí. Tengo muchos, quizás le dé uno de los míos. Pero eso sí,  tendrás que buscar la forma de que Charlie no sepa lo nuestro. No por que me moleste u ofenda. No quiero que nadie, y escúchame bien, nadie, disponga de un segundo de tu tiempo, que no sea yo. Es así Edward. Hogar y lujos para ti, hogar y dignidad para tu padre, pero tu voluntad en mis manos. 
Edward sintió alivio y odio ante las palabras que la hermosa mujer pronunciaba. No sabía como iba a dejar a su viejo, eran tan dependientes el uno del otro que el sólo hecho de pensar en no verlo, le producía una angustia imposible. Pero su padre merecía un hogar. Merecía reconstruir su vida. Merecía una última oportunidad. Y si el precio era su voluntad en manos de Hale, él no se la quitaría.
    - Vete Edward. Ve y arregla tus asuntos. Piensa en lo que te conté. Hay mucho más Edward. Pero vamos de a poco. Mañana a primera hora te espero, si así lo deseas. Pero una vez que entres en mi hogar, no habrá vuelta atrás. Serás mío…. ¡Marttinne! – la joven mujer asomó su cabeza por la puerta. – Acompañe al señor Cullen a la salida. 
    - Edward – y le tendió su mano en un gesto anticuado. Éste le besó el dorso de la mano y se largó. 

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Isabella intentaba mover su cuerpo, pero la anestesia local había surtido efectos impecables. La joven solo oía los gritos procedentes del piso de arriba. Estaba desesperada. Estos hombres iban a quitarle su riñón y ella no podía hacer más que lamentar haber nacido. 

    - ¡LLEVAME CON ELLA! – un fuerte golpe sonó desde arriba - ¡AHORA! – unos pasos rápidos se oyeron de fondo. Aro, violento y desencajado, ingresó a la habitación descubriendo por fin, a una Isabella dormida y a punto de ser operada.

    - ¡Malditos! – se acercó rápidamente a la mesa donde estaba recostada la joven y comenzó a moverla.

   - Isabella… vamos Isabella, despierta – la joven lo escuchaba claramente, pero por más intentos de hablar, su voz parecía quedarse trabada en algún sector de su boca.

   - ¡ISABELLA! – Aro, fuera de sí, retiró sin piedad la intravenosa que la niña contenía en su brazo. Posó dos de sus dedos en el cuello de la joven, para contar sus latidos… Esta viva… 

Colocó a la joven la blusa, la cual encontró tirada en el suelo y la alzó en brazos. Salió disparado como una bala a la puerta de aquella casa.

    - ¡Jane! – La mujer, enojada y resentida, apareció junto a los dos hombres – Nos vamos. Y ustedes dos – dijo señalándolos con un gesto en la cabeza – Los quiero en el hogar esta tarde. – y salió apresuradamente del lugar. Isabella se rindió ante el estrés y se sumió en un sueño.

- ¿Por qué te fuiste mamá?- La niña del sueño, acariciaba la imagen de una mujer esbelta, con la melena chocolate y ojos profundos.

- No quise irme Isabella… Dios lo quiso así.

- Dios no me quiere.

- Estoy contigo mi amor. Yo te cuido. Mi amor… te amé desde siempre, te amo y nunca te dejaré. Yo te cuido Isabella. Eres fuerte. – besó la cabellera de la niña que la observaba como se observa una de las maravillas del mundo.

    - ¿Seguirás viniendo a mis sueños?
- Siempre que me necesites. 
Despertó más perdida que nunca. Isabella, con mucha sed y un dolor en su cuerpo, observaba el lugar donde se encontraba recostada. Una cama dura, un cuarto de baño enfrente de ella y hacía el costado…
- ¡Oh Dios mío! – llevó sus manos hacía su cara en un gesto de horror. Estaba inmersa en una especie de calabozo de película. Unas rejas daban el aspecto macabro, el piso de cemento sucio y en ese costado, una joven, Emily, de 16 años, estaba amarrada a unas cuerdas con su cara bañada en llantos. 
Isabella, quien había aguantado los pesares, comenzó a llorar frenéticamente, expulsando de su interior, todo el dolor y el miedo contenidos. Los rugidos de padecimiento de ambas jóvenes, colmaban el horrendo lugar.  Minutos, quizás horas, fueron los que ambas desahogaban su pesar. 

- ¿Por qué te tienen amarrada? – preguntó Isabella mirando con pena y unas lágrimas castas en su mejilla, a su compañera.

Emily, quien sufría un dolor espeluznante en sus muñecas, ahogó un gemido resignado y miró a la niña que tenía enfrente.

- Me negué Isabella – las lágrimas caían por esos ojos hinchados – Me negué y he sido castigada. Me negué y estoy destinada a sufrir  - rompió nuevamente en llantos.

- No entiendo Emily. No se que pasa en este lugar. ¿Dónde estamos?, ¿Qué es esto? 

- Estamos en el sótano del hogar Isabella. Jane o Aro, son los que nos traen a este espantoso lugar cuando desobedecemos sus órdenes. Yo no quise Isabella. El señor Newton quiso… quiso… - pero la mueca desgarradora en la cara de la joven, obligó a Isabella a acercarse y abrazarla por la cintura. 

- Yo estoy contigo Emily. Yo estoy acá. Sea lo que sea que haya pasado, ya pasó. 

- ¡Nooo! Y eso me aterra… No pasó. No pasa. Sigue Isabella. Me tendrán acá bajo drogas hasta que ceda a dejarme profanar con esos libertinos sádicos. Es horroroso. No puedo – lloraba fuerte – No puedo. No soy como los demás. No me creo lo que me prometen. No quiero ser golpeada. No quiero que me penetren. No quiero Isabella. No quiero. ¡QUIERO SER LIBRE! – tosía entre llantos sofocados. 

La niña, que pronto tendría 14 años, comprendió que el horror existía. No podía entender, como existían seres tan despiadados. Se preguntaba con todas sus fuerzas, si algún día, toda esta tortura terminaría, tanto para ella como para el resto de los huérfanos.

Esa noche su voz abandonó su cuerpo. Fueron acontecimientos muy firmes y traumáticos y la niña, que de horrores conocía bien, no pudo con tanto. Lloró en un silencio desesperado. Se abrazó a la oscuridad del sótano dejándose guiar por sus sueños de libertad. La paz de la oscuridad, le regalaba una nostalgia casi dulce. Pensaba en James… aquel príncipe que la salvaría. Se aferraba a su imagen para sostenerse en pie en aquella noche de tortura. No quería hablar, solo quería que las voces panicosas de su consciencia se callaran y poder respirar tranquilidad.
La mañana siguiente, Aro se presentó en la celda.

- Isabella, vamos – ordenó

 Emily, con aspecto desmejorado, ojeras tremendas y un cansancio insoportable, lo miró en busca de piedad.

- ¿Quieres salir de aquí? Ya sabes lo que tienes que hacer. 

Emily gritó con las pocas fuerzas que le quedaban. Aro, enfadado ante la rebeldía de aquella mujer, golpeó las costillas de ésta, robándole un gemido devastador. Isabella ocultó la vista y tembló de horror. 

- No me gustan las mugrosas rebeldes Emily. – Le soltó las muñecas que le dolían de manera profunda y la arrastró hacía la cama que había ocupado Isabella anteriormente. 

- Te has salvado. Necesito tu lugar para otro mugroso rebelde. ¿Ves Isabella lo que pasa cuando te comportas mal? – la miró levantando una ceja de manera tranquila -  Si no quieres ocupar el lugar de ésta desgraciada, más te vale que mantengas tu boca cerrada y acates todas mis órdenes. Me debes favores Isabella, y yo sé cobrarlos muy bien – le acarició la mejilla haciendo que la joven se estremeciera de miedo.  
Un año había pasado de aquel episodio, en que la vida de Isabella, cambió. Un año de silencio brutal, rutina mecánica y rigidez facial.
Isabella pasaba sus días limpiando el hogar, cocinando en diferentes situaciones y encerrada en su habitación leyendo libros que rescataba. 
Todos en el hogar, la miraban con pena y horror. Aquella joven insulsa y sin personalidad, había perdido el habla. 
Jane, por órdenes de Aro, la dejó tranquila. La mujer odiaba a la mugrosa con todo su cuerpo… Aquella protegida, aquella niña tonta y sin sentido, había provocado una pelea feroz y rabiosa con Aro. 
Luego del acontecimiento del riñón, la relación de Aro y Jane cambió radicalmente. Aro no perdonaba la falta que Jane tuvo a su palabra. El hombre, quería hacerle entender, que no era un mero capricho el proteger a Isabella. Esa joven insulsa y muda, era un negocio a futuro, una inversión multimillonaria. El señor Newton la tenía en vista. Una virgen en el hogar de la esperanza con personalidad sumisa… Era una oferta que Newton no dejaría pasar. Pagaría cuánta fortuna se le pidiera por aquella flor…  Pero sería suya.

James, observó a Isabella durante meses. El día en que la joven cumplió sus catorce años, el astuto hombre, la llenó de hermosas palabras. La invitó a dar una vuelta fuera del orfanato y la besó tiernamente. 
- No importa si no quieres hablar conmigo hermosa. Sólo déjame estar contigo - depositando una rosa roja sobre sus manos agregó – Feliz cumpleaños Isabella. 
Isabella, quién callaba en la oscuridad de su paz, comenzaba a sentir sentimientos fuertes ante el caballerismo de su amado. James, quién conocía en profundidad los pesares de Isabella, intentó darle durante todo su silencio, seguridad y tranquilidad. Él la quería suya. Esa muñeca le pertenecía. Moría por probar su piel, por besar sus labios y arrancarle gemidos. Pero Isabella era inocente. No acostumbrados en ese hogar de libertinaje, a procesar la virginidad, Isabella se convirtió en el caso extraño. Con catorce años, continuaba pura e ilesa. 
De a poco y estratégicamente, James se ganó el corazón y la confianza de la joven. 
Seis meses atrás, Isabella se encontraba preparando el desayuno en la cocina. Hacía seis meses que no hablaba una palabra y su cuerpo estaba cada vez más delgado. 
James se acercó por atrás de la mujer y la hizo saltar de susto.

- Shhh hermosa – acarició sus cabellos – No te haré daño mi vida. Yo te amo Isabella – besó sus manos – Te voy a proteger siempre. 

Isabella levantó la vista hacia ese hombre de 17 años que le prometía seguridad. Vio, o quiso ver, en sus ojos sinceridad. Con un largo suspiro, acarició la cara perfecta de James y besó suavemente sus labios.
James no cabía de alegría. Ella lo besó. Cayó a sus pies. Por fin tendría lo que tanto había deseado… Isabella finalmente sería suya.

- Gracias – y una voz áspera y silenciosa salió de la boca de la joven. Seis meses en silencio. Seis meses sintiéndose muerta. Seis meses viviendo por inercia, y ése día, Isabella respiró libertad. 

Un año del episodio que silenció a Isabella. Seis meses desde que volvió a sentir y en el hogar las cosas no cambiaban. Isabella prosiguió su ritual de silencio. Sólo hablaba con su novio, como él le había ordenado que le diga. Era feliz a su lado. Se besaban por horas. Se permitían sentir adrenalina y fogosidad. 
James, moría por pecar el sagrado templo de su mujer, pero ésta, aún no se dejaba avanzar. 
Habían llegado a tocarse íntimamente, conteniendo ambos un orgasmo suave e intenso. 
Comenzaron a vivir un amor secreto. Por las noches, James se escabullía hacía la habitación de Isabella y juntos, con mucho cuidado, se escapaban unas horas del horrendo hogar. James, sabedor de todos los secretos, conocía muy bien las salidas del lugar. Llevó a Isabella a un callejón y la besó brutalmente.

Habían pasado seis meses. Isabella tenía casi 16 años y James sofocaba sus hormonas de manera lenta y Suave.

- Eres mía ¿lo sabes? – Dijo entre susurros un muy excitado James, mientras besaba el cuello de Isabella – Dime que eres mía Isabella. Necesito escucharlo de tu boca – el callejón estaba oscuro. Isabella tenía los sentidos sensibles. La oscuridad la desafiaba. Un deseo en su interior recorría sus venas y ese hombre en su cuello, le hacía flaquear las piernas.

- Soy tuya James. Siempre- y eso fue lo que bastó para que dieran rienda suelta a lo inevitable. 

James alzó a Isabella bruscamente, la cual, rodeó la cintura de éste con sus piernas. Los besos se hicieron descontrolados. La respiración se convirtió en jadeos desesperados y un calor gutural arrasaba aquellos cuerpos.
La joven traía puesta una falda y una blusa. James, levantó la falda y buscó fricción con su erecto miembro.
Desesperadamente, desabrochó sus pantalones, dejándolos caer al suelo. Isabella gemía incoherencias. El calor la atrapaba, la asfixiaba. Solo quería que esa bomba de sensaciones explotara.  
James embestía a la chica brutalmente. Solo quería deshacerse de sus bragas y penetrarla de una vez. Pero tenía que guardar la compostura. Tanto tiempo haciendo el papel de samaritano, convenciéndola de su amor, para poder desflorarla, no podría salirle mal.

- Te amo – lamía de manera sensual y lenta la cara de la joven. Ésta, arqueaba su espalda, ofreciendo sus pechos a su presa. James, tomó la ofrenda como un mendigo, y haciendo volar los botones de la blusa, besó, lamió y mordió aquellos pechos que adoraba… 

- No aguanto más Isabella – y la depositó no muy suavemente sobre el suelo. La joven se sorprendió ante la impaciencia de su novio, pero continuó meneando la pelvis para darle un mayor acceso.
James retiró las bragas del cuerpo de Isabella y adentró su cabeza hacía el centro de sus placeres. La joven no cabía en lo que James le hacía sentir. Un remolino, un volcán, una bomba amenazaba con explotar en su interior. Un sentimiento fuerte, poderoso, devastador que la hacía llorar de placer.
Segundos más tarde, Isabella caía rendida bajo un orgasmo poderoso. James, lamía el agua bendita del altar para luego posicionarse en la entrada de aquella virgen que lo deseaba.

Sin medir consecuencias, entró rápido y efusivamente. Isabella gritó con todo el dolor que la invasión de su novio le produjo. Lágrimas de sufrimiento insoportable teñían su mejilla… pero él no paraba. Embistió fuerte, duro y rápido a su antojo. Finalmente, cayó rendido sobre la mujer que lloraba y temblaba presa de sus fuerzas.

- Mía – y la mordió salvajemente. 
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Salió de la mansión aturdido y confundido…. ¿En que me estoy metiendo? Así y todo, Edward, no podía negar que el sólo hecho de pensar en Madame Hale desnuda para él, le causaba estragos en sus pantalones.
Tomó el metro, luego de mendigar unas cuentas monedas para poder pagar el pasaje, y llegó a su callejón.
Charlie se encontraba sentado leyendo un diario viejo. Levantó la vista cuando vio a su hijo acercarse.

- ¡Muchacho! – Dijo el viejo con voz ronca – Ven aquí hijo.
Edward se acercó a su padre. Agachó su cabeza y éste, depositó un beso paternal sobre su rebelde melena. 

- ¿Cómo estás Charlie? – preguntó Edward al notar como su padre escondía una tos profunda y dolorosa.
- Bien hijo. Bien. Ya sabes. Solo problemas de la edad. Cuéntame tú ¿Dónde estuviste?  

Edward tragó fuerte y comenzó a caminar en círculos.

- Tengo algo que informarte Charlie. Es una buena y una no tan buena noticia. Pero ambas son positivas – sonrió tranquilamente el joven.
Charlie sólo lo miraba con cautela… ¿En que andas ahora hijo mío?...

- Conseguí trabajo – soltó de pronto Edward. Charlie levantó la vista emocionado. Edward le hizo un gesto para que terminara de escuchar su relato.

- Es en Londres. – Los ojos de Charlie se abrieron de golpe – Es realmente una buena paga y me dan una casa para que podamos vivir en Montmartre. Charlie, tu puedes ir ahí mientras yo esté fuera. Ganaré mucho dinero. Podremos salir de éste pozo. 


- ¿En donde trabajarás Edward? Y no te atrevas a mentirme. – Charlie, con una rigidez seria en su rostro, evaluó a su hijo.

- No puedo decirte. No lo aceptarías. Pero créeme. Estaré bien, siempre y cuando, salgas de éste basurero. Te vendrán a buscar y te llevarán a la casa Charlie. No te pongas malo y sé amable. Es nuestra gran oportunidad de triunfar. De tener la dignidad que perdimos.

- Edward hijo – dijo el viejo con una tos que le partía el alma en dos al joven Edward – Prométeme Edward, prométeme que te cuidarás. Prométeme que serás digno. 

- Charlie no te despidas de mi – Edward luchaba contra unas traicioneras lágrimas – No te despidas de mi viejo. Yo te prometo. Si. Te lo debo – y le acarició la cara – pero nos vamos a volver a ver, y juntos vamos a triunfar, ¿me oyes? Vamos a triunfar Charlie Cullen. 

Un abrazo de minutos, miles de consejos y un “hasta luego” fueron la despedida que tenía a Edward Cullen, caminando melancólicamente por las calles parisinas.
Las lágrimas caían lentamente por aquel rostro de adonis que la vida le cedió. Edward, recordaba sus días en aquella profunda libertad. 
Con una sonrisa débil, recordó cuando conoció a Jasper Hale, aquel día de tormenta en la avenida Los Campos Elíseos, que el frío le colaba los huesos de manera frenética. Jasper, estaba cerrando su cafetería, junto a una preciosa dama, quién iba a ser victima de una noche desenfrenada junto al libertino Hale. 
Al ver a Edward tiritando de frío, el joven apuesto, no dudó un segundo en meterlo dentro de su café y darle acojo. Desde ese día se hicieron hermanos bohemios.
Con una sonrisa dostoiesvkiana, recordó a María. Aquella mujer que lo llevó a conocer los placeres más extremos de su sexualidad. Quién le entregó el cuerpo y le hizo sentir las vibraciones de un orgasmo. Quién fue la mujer con la que lloró en los días de cansancio y de enfermedad de Charlie. La mujer que le mostró la vida cruel que le tocó vivir. 
Las calles quedaban atrás. Edward caminaba sin un rumbo cierto mientras se despedía silenciosamente de la libertad que lo crió. 
Casi sin darse cuenta, terminó sumido en aquel callejón donde su vida, había cambiado para siempre.
Se sentó con manos temblorosas sobre un viejo basurero. El olor espantoso le recordaba lo que él había echo con aquella mujer inocente… No podía perdonárselo. Iría con Madame Hale y se entregaría de lleno. Placeres, castigos, lo que sea, con tal es expiar la culpa de su corazón. 
Lloró largo y tendido. Lloró por Charlie, por la niña a la que le robó la inocencia y lloró por María. Se permitió llorar por él mismo y se juró, en aquel callejón vacío y colmado de recuerdos, amar las garras de la esclavitud.  

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La vida al lado de James se puso tensa. Isabella lo amaba de manera profunda y total; pero él cayó en la obsesión salvaje de esclavizarla bajo sus puños. Isabella poco a poco, fue reduciendo sus conversaciones a nulas. La joven, sólo tenía permitido la conversación con su novio.
La relación se basaba en un sexo brutal y salvaje. James enseñó las perversidades más profana a la joven, quién ahora contaba con diecisiete años y una mente sumisa y liberal. 
Isabella tenía miedo. El miedo, se había convertido en un aliado de aquella mujer de ojos chocolate que todos miraban sedientos.
Aro la observaba cada día más. James golpeaba a Isabella, diciendo que era su culpa que el libertino del director la observara con ojos lascivo. Probablemente era ella quien incitaba a que la vean. Así la tenía. Sumida bajo golpes y sexo demoníaco. 
Los negocios en el hogar se fueron convirtiendo tácitamente en un tema tabú. Nadie mencionaba nada, y las desapariciones eran tan escasas que el terror colmaba los pasillos. Algo extraño sucedía, y los que ignoraban los sucesos, eran quiénes más en peligro se encontraban. 
James en su control y obsesión, protegía a Isabella ante cualquier intento de entregarla como presa de la voluptuosidad. 
Las fiestas de libertinos, seguían funcionando de manera oculta. Isabella no conocía dichas fiestas, ni tampoco era consciente de que su novio, era uno de los hombres más solicitados. James Morris, 21 años y una vida de excesos. 
Se encargó de hombres y mujeres. Se entregó a la libertad sexual como un animal libidinal, y junto a cinco mujeres del hogar, que iban de los 15 a los 20 años, eran el cóctel vip de las ofrendas. 
Lo hacía por excesivo y profano, pero también lo hacía por ella. Si, aquella mujer hermosa que resplandecía bajo sus caricias. Esa niña que confió en su palabra y se dejó embriagar con los placeres de sus sexos. Esa mujer, que le causaba seguridad de pertenencia. ¿Amarla como mujer? No. James amaba poseerla. Amaba golpearla bajo sus furias. Amaba sus silencios. Amaba su sumisión.
    
Lunes 12 de septiembre, a un día de cumplir sus dieciocho años, Isabella se encontró con un problema femenino. No pudiendo salir del orfanato por pura voluntad, ideó en mente alguna solución.
Fue hacia su habitación a buscar el objeto que utilizaba cuando su período llegaba, pero los envoltorios estaban vacíos. Con un suspiro resignado, Isabella caminó por los pasillos del tercer piso con mucho cuidado y silencio.
La habitación de las jóvenes mayores se encontraba en la otra esquina de la suya. Llegó con pasos silenciosos y golpeó suavemente la puerta. Al no oír sonido, se adentró con un terror invasivo.
Abrió un cajón, que si mal no recordaba, pertenecía a Emily, la mujer que compartió sus días de celda años atrás. Con mucho cuidado, rebuscó entre sus cosas hasta que dio con lo que buscaba. Retiró un envoltorio del paquete y, sigilosamente volvió a cerrar el cajón.
Con una sonrisa de triunfo, caminó hacia la puerta cuando unos pasos y un murmullo potente se hicieron presentes.
Desesperada por que no la encuentren en el sitio equivocado, Isabella, se adentró en el placard que se encontraba frente a una de las camas. 
- Y más te vale que no grites – la voz de Aro resonó pausada y maniáticamente. Como si realmente diera la orden, pero saboreara con placer ordenarla. 

- Acércate Embry – Embry, 18 años y extremadamente guapo – Desnúdala.

Un gemido de súplica colmó el ambiente. Una gemido femenino, un llanto que reconocía, una súplica que no olvidaba… ¡Emily! 
El sonido de la ropa rasgarse, producía escalofríos en el cuerpo de Isabella, quién tapaba su boca por miedo de que su respiración delatara su paradero.

- Déjame a mi chico – Un grito de horror estremeció a la joven oculta, quién desesperada por intentar ayudar, acercó su mirada en busca de una prueba contundente. Lo que vio le quitó el aliento. 

Una desdichada Emily, siendo abusada por los dos hombres diabólicamente. Isabella miró a su amiga a los ojos… Vamos nena, se fuerte…  Emily horrorizada y llena de lágrimas rogaba al cielo que la tortura concluyera. Que la muerte le tiña los sentidos. Lo rogaba. No podía, no quería, vivir ni un día mas así. 
Minutos más tarde, Embry y Aro depositaban la semilla de su libertinaje sobre la mujer, que no escondía su mueca de asco.

- ¿Te da asco puta? – y la abofeteó. Emily lloraba y Aro más la golpeaba. Isabella entró en desesperación. Los golpes se pusieron demasiados violentos y la sangre ya colmaba el lugar. Tenía ganas de gritar: NO EMILY, ¡NO TE DEJES VENCER! Pero sabía que era una imprudencia. 
Más gritaba Emily, más le pegaban. Los golpes cesaron abruptamente.

- Esta muerta – dijo fríamente Aro – Cámbiate, mientras llamo a alguien que venga a limpiar este desastre.

Embry tarareaba una canción como si la escena que tenía delante fuera de lo más común. Se cambió tranquilamente, encendió un cigarrillo y salió de la habitación. Isabella temblaba y se abrazaba a si misma. Lágrimas gruesas y sofocadas caían de sus ojos. El horror y la desesperación abrazaban su cuerpo. Una angustia casi trashumante se apoderó de ella causándole arcadas de desconsuelo. 
Necesitaba huir de ahí. Necesitaba a James, contarle lo que había presenciado, que él la acuné en brazos, le haga el amor y le diga que es suya… Si mi amor, soy tuya… que le prometa con palabras crudas, que nadie va a tocarla. Necesitaba a su hombre. Y cerró los ojos a esperar que la espantosa escena pasé. 
La puerta de la habitación volvió a abrirse. Isabella parpadeó perpleja cuando vislumbró en la, ahora, iluminada habitación, a su James. 
Sonriendo, con una goma de mascar en su boca, hablaba con Embry que ingresó segundos después que él.

- ¿Se divirtieron? ¡Diablos! Esto es horrendo Embry – y reían de algún chiste que Isabella, no quiso escuchar.

- Odio limpiar cadáveres cuando no pude gozar del placer anterior. Deberías hacerlo tú... Emily sí que estaba bien….

Un ruido de bolsa, olor a desinfectante y un apagón de luz, indicaron a Isabella que la habitación estaba despejada.

Corrió hacía su cama y una vez ahí, gritó mordiendo su mano durante unos minutos eternos. El horror nubló sus sentidos y rasguños de desesperación se marcaron en su piel.
 James era un monstruo. Todos ahí eran monstruos.
Por una vez en su vida, Isabella, tomó una decisión para su propio bien.
Voy a huir de este espantoso lugar… y comenzó a juntar sus pocas pertenencias. 
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Después de esa noche, se vio sumergido en las femeninas paredes de la mansión Hale. Edward llegó a sentirse como un adorno más en la sala. 
Los años pasaron y su vida cambió de manera abrupta. No contaba con mucho tiempo para reflexionar, pero en los pocos momentos que tenía, se adentraba a preguntarse… ¿que sería de él si alguna vez Madame Hale quisiera abandonarlo? o, ¿si alguna vez fallaba en su sumisión? Edward no cabía vivir con paz sin pagar la culpa de la esclavitud.  Dichos pensamientos, no tomaban mucho tiempo en su cabeza, ya que cada cinco horas, Madame Hale, tenía preparada una clase de adiestramiento, los siete días de la semana. 

Los años pasaban en una ilusión, como él mismo afirmaba. Verse tomando el té como un caballero inglés del SXIX, ese fetiche antiguo de su Ama que lo invocaba en una escena de algún clásico literario. 
Poco a poco, se encontró a si mismo sin poder tomar una decisión sobre su vida. Dependía de Rosalie para vivir.  Se fascinaba ante las largas charlas que la mujer le regalaba, en un acto de educarlo, tanto en las prácticas sexuales como en los modales cotidianos.
Los primeros meses a su lado fueron, más bien, un cambio de apariencia. Madame Hale, sacó a relucir una docena de costureros, que tallaron a mano, los trajes que Edward Cullen debería usar frente a su ama. 
Por las noches bebían té y Madame obligaba al joven a leer un libro por día. Edward llegó a adquirir un vocabulario cortes y refinado en muy poco tiempo.
El cambio impactó en él de manera positiva. La primera vez que se miró frente a un espejo con ropa lujosa, con su cabello ordenado en un peinado de elegante caballero, y su infaltable pañuelo de seda negra, en su bolsillo de traje, entendió que su vida realmente estaba cambiando. De aquel adolescente hormonal y libertino, rebelde y aventurero, no quedaba nada.   

Ya con veintiún año de edad, Edward comprendió el por qué la sumisión lo domaba. Esto, ya no era un servicio sexual como planteó en sus principios. No. Madame Hale era su reina. Su dueña. A ella le pertenecía cada suspiro que él le entregaba, y no había en el mundo cosa que Edward disfrutará más que saber que era el causante de la felicidad de su Madame. La entrega absoluta
Pero aunque luchaba contra todas sus fuerzas, los recuerdos tortuosos de aquella noche de septiembre lo atormentaban. Los gritos y el llanto de aquella dama al que él faltó en respeto, no lo dejaban tranquilo. Ansiaba los azotes de Rosalie. Había aprendido, a través de los libros y de la misma Hale, todas las prácticas que ésta disciplina conllevaba.  Miedo y excitación. En aquel entonces, solo un niño, estaba temeroso ante lo desconocido pero excitado ante lo alternativo. Una ambivalencia deliciosa. 
Edward Y Rosalie se necesitaban. Ambos sin saberlo, tenían un pasado que los llevaba a ser dependientes el uno del otro.

Finalmente, ya convertido en el hombre que Rosalie Hale aspiró a tener a su lado, se sentó frente al piano, y comenzó a tocar una clásica melodía de Beethoven. 
Las cálidas notas, que caían suaves sobre el ambiente, se fueron mezclando en su mente con el recuerdo de aquella primera vez con su Ama…

Una nota al lado de su tasa de café en el desayuno, indicaba una cita en los aposentos de su ama. Aclaraba que sólo debería llevar puesto una bata de ceda color negro.
Una vez vestido, de manera cautelosa se acercó a la habitación de su Ama. 
La puerta estaba abierta de par en par, Edward, ingresó muy despacio para no importunar. Madame Hale se encontraba sentada en un sillón de terciopelo, en un extremo de ésta. 

- Buenas noches Edward - dijo con voz llena de lujuria al notar la prolijidad y el esmero de su chico al vestirse para ella… Oh beau bébé….

- Buenas noches Madame – Respondió un muy respetuoso Edward cerrando la puerta tras de sí. 

-  ¿Sabes por que estás en mi habitación Edward? - preguntó Rosalie mientras encendía un fino cigarro y lo delineaba con la mirada…

- Sí Madame – Una voz ronca quedó perdida en la habitación. Edward observaba a la mujer que tenía enfrente. Melena rubia muy bien peinada, corsét de un cuero rojo, una bragas casi imperceptibles de un encaje negro, dejando a la vista la piel blanca y perfecta de su Madame. Unas botas de cuero negra, brillantes y con caña hasta la rodilla, arponaban sus torneadas piernas. Edward jadeó ante la impactante imagen que sus ojos recibían. 

Rosalie notó la mirada de hambre  que su esclavo le dedicó. Un fuego demoníaco, la hizo  comenzar su juego, como si fuera una bomba de tiempo a punto de estallar de deseo. Intentó controlarse, no podía perder la compostura frente a su sumiso. Apretó sus manos fuertemente sobre el sillón en un gesto de acallar los gemidos que intentaban abandonar su boca. 

- Como ya lo sabes querido, tú me perteneces ¿De acuerdo?- Rosalie esperó atenta a la repuesta de Edward. Ella sabía muy bien, que si Edward no había comprendido lo que ella pretendía sobre su sumisión, él no le serviría para alimentar su demoniaco hambre sexual.

- Si Madame - 

- Ahora haz lo que te ordeno – Una voz dominante resonó en la habitación. Rosalie se acomodó en el sillón y prosiguió –  Quítate la bata y gatea hasta mí con tu rostro mirando al suelo. 

Edward quedó estático… ¿gatear? ¿Desnudo?...  comenzaba a procesar las palabras que Madame Hale recitó.
La mujer al darse cuenta de que Edward titubeo al realizar la acción que ella le había mandado, con una voz de trueno gritó.

- ¡Hazlo – Ante el estruendo de las palabras, Edward dio un salto de susto y en el proceso, cayó de rodillas al suelo.

- Tendrás que hacer lo que te diga Edward. No hagas que me enoje profundamente contigo- Con una mirada profunda y una sonrisa cínica, Madame Hale tomó una fusta color negro de encima de su mesa.

- Si Madame -  Edward habló con voz temblorosa, al ver la fusta en las delicadas manos de su ama
.
- Quítate la bata sin levantar la vista – habló nuevamente Madame Hale. Edward estaba titubeando, y no fue ese el trato que habían acordado anteriormente. Debía ser preciso. Desnudarse. Complacerla. La fusta le temblaba en la mano ante la anticipación de marcar sus nalgas por desobediente. 

Cuando iba a proceder el ritual de castigo, un desnudo Edward se visualizó frente a sus ojos. Lo Contempló con ojos llenos de descaro y lujuria. Ver a Edward sumiso y Gloriosamente desnudo a sus pies, era, sin dudas, un poder salvaje de sexualidad que le domaba los sentidos.
 Edward, por otra parte, sentía su corazón latir desbocadamente. Aunque su pose parecía de derrota, Edward se sentía pleno, contemplando a la depravadora lista para ponerse en acción. 

- Ven a mi Edward. De rodillas y sin alzar la vista-  la voz de Rosalie sonó como si poseyera un encantador timbre suave, que podía hacerse oír incluso en mitad de un huracán. Su voz lo hipnotizaba. Comenzó a arrastrarse por el frío y delicado suelo, concluyendo que ésta experiencia, era la cosa mas erótica y sensual que jamás hubiera hecho. 

Al llegar a los pies de su Madame, su miembro ya le dolía. Una tremenda erección arrasaba con sus sentidos. Madame Hale, rozó el pecho torneado de Edward, con la punta de su bota, produciendo que un jadeo erótico despidiera la boca de su esclavo. 

- Híncate y pon tus manos detrás de tu espalda- Edward atinó a levantar la vista - ¡Sin mirarme! -  le ordenó Rosalie, quién se puso de pie y de manera lenta y tortuosa, tomó las muñecas de Edward, esposando una a una colmando gemidos incitadores de libertinaje.  

Edward se sentía entre excitado y asustado. Cada orden que Madame Hale le daba, enviaba una descarga poderosa a su miembro, el cual, le dolía de manera sensual.   Casi podía sentir cómo sus músculos se tensaban bajo las suaves caricias que Rosalie le proporcionaba. Tocó sus brazos, con un leve rasguño que lo hizo llevar su cabeza hacía atrás por lo erótico de la situación. Lamió su cuello, arrancando pesados jadeos de su boca. Acarició su abdomen, envolviéndolo en una atracción de encanto. Su cálido aliento le rozaba el lóbulo de la oreja y suaves palabras en francés abandonaban la boca de su Ama… 

- Te levantarás y me esperarás en la cama-  le decretó nuevamente. 
Edward, vacilando un poco, se levantó desnudo. Lentamente se sentó en la cama y esperó por su ama.
Casi de manera fantasmal, Rosalie, apareció y esposó sus manos al respaldo de la cama. 
Edward, se asustó mucho al no saber que era lo que le esperaba. Rosalie, lo miró llena de placer. Lamió su erecto miembro robándole un gemido orgásmico y se alejo. 
Repitió la acción unas cuatro veces más y un Edward teñido en sudor respiraba con dificultad. 

La mujer, se sentó a horcajadas sobre el joven que no concebía tanto placeres, y tomó con sus manos, el miembro duro e imponente. Comenzó a frotarlo con una facilidad innata llevándolo a la cima de sus pecados. Con un grito de piedad, derramó su semilla sobre una muy enojada Madame Hale. 
Muy tranquila sin embargo, Rosalie caminó hacía un costado de la habitación. Edward miraba asustado y expectante. Las muñecas le dolían por la presión de sus nervios. Madame Hale se acerco lentamente a la cama y con una risa macabra dijo:

- Ahora vas a ver quien manda acá Cullen. Y sacó a relucir un látigo de susto. 
Continuará….

Gracias especiales a: Vampireprincess20 , Lola, Sachita1212, Yessenya , PanquesitoPattz , Luz. C.C , Nora hernandez, Lolisgof , Emi, Suspiroscullen , Tata XOXO, Yoya11 y Lax gabytaxx . 
Y a todas las demás que leyeron. Muchas Gracias.
Precioso arlequín infernal, silencioso y feo de verdad, con tu belleza celestial imitas lo malo para criticar esta lectura.
Quédense o Déjenos Sus palabras son fuego en nuestras mentes, nos alimentamos de esperanza y recompensas. Gracias Por Leer de Corazón.


3 comentarios:

  1. ooooooooooh woooow pero que tremendo blog !!! esta increible y la historia para que decir genial es lo mas pecaminoso que e leido, dios apiadate de mi alma!! las felicito chicas es fic esta muy prometedor las apoyo con todo sigan adelante!! muchos cariños besotes espero actualizacion !!! ;)

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  2. ooh me olvide mi nombre es yessenya ;)

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  3. Omg!!!! cada vez se pone mejor!!!! jmm y ahora q haran estos dos, Isabella con todo ese revuelo y Edward con Rosalie??? jmmm

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