miércoles, 7 de septiembre de 2011

El Placer Oscuro- Capítulo Uno

Hola soy Gomory, la segunda en el mando de ésta larga y maligna historia. Solo espero que disfruten su lectura con todo su ser. Que se deleiten con esta historia de placer oscuro que les entregamos. Muchas Gracias por leer.

Muchas gracias a todos por leer. Esta historia es un desafío enorme y espero sepan comprender que como toda historia, tiene su proceso.
Se lo dedico a mis amigas, quienes me ayudaron a llegar hasta aquí. Por supuesto a mi mano derecha Gomory, que sin ella, esto no sería posible.
Y en especial a mi mentora…. Nena, esto es para ti.
Justine


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La obra y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.
La historia nos pertenece.
Advertencia: Escenas fuertes y lenguaje adulto.

Bienvenidos

Capítulo Uno:
El Pasado Oscuro


HOGAR DE LOS CONDENADOS.


Muchas veces creyó que su corta vida estaba basada en un terrible y espantoso sueño. Pensaba que dormía y que algún día se despertaría y podría escapar de sus pesadillas.
El 14 de noviembre de 1996 comprendió que no estaba dormida. Estaba despierta y viva. Viva y sola. Viva, asustada y sobreviviendo en el infierno. Sola y con tal solo 13 años de edad.
Ese día se despertó a las seis y media de la mañana. Clotilde, aún no había ido a despertarlas con gritos y zamarreadas. Aún no lograba acostumbrarse a esa terrible forma de despertar. Desde que tenía uso de razón, Isabella, como le habían puesto de nombre, vivió en ese terrible y espantoso orfanato. Clotilde era la celadora del lugar. Una mujer de no más de 40 años, un metro sesenta, robusta y con el pelo corto y negro. Una mujer que había perdido el sentido común con el paso del tiempo, a quien no le importaba la decencia ni los buenos tratos. Clotilde, designaba las tareas del lugar. Practicaba el conductismo sádico en cuanto a enseñanza y la palabra castigo era quien predominaba en su vulgar boca.
Dos años atrás, Isabella lloraba de manera desgarradora por haber lavado un vaso de manera imperfecta, como se lo remarcó Clotilde con voz de trueno y la abofeteó, no tanto por el insignificante vaso, sino por la debilidad de la nena que estaba aterrada ante la imagen de una demoníaca Clotilde. Ese día Isabella comprendió, que aquella mujer, no era su madre, que aquella mujer, no tenía sentimientos y que ella no tenía vida propia.
Isabella con tan solo seis años, comprendió que el infierno existía, que Dios solo ayuda a los que tenían padres y que ella estaba sola y sometida a unos locos despiadados que se la daban de samaritanos religiosos, pero que en la oscuridad de “Hogar de la Esperanza” reinaba la expectativa del vivir un día más.
La luz tenue del amanecer amenazaba con ser un día oscuro y frío. Su cama, si así se le podía llamar a un colchón delgado con una cobija vieja y agujereada, se encontraba al lado de la ventana. La brisa helada matutina hacía que su homeostasis corporal reaccionara con un impaciente castañeo de dientes y un pequeño temblor en su cuerpo. Se abrazó a si misma en busca de calor, apoyó su huesuda espalda en la pared y buscó debajo de su almohada aquel libro que le servía para expiar la realidad de su vida. Aquel libro, que Leah, una niña huérfana de 15 años, le obsequió semanas atrás antes de ser liberada por una hermosa dama que la adoptó. Isabella recordaba a su amiga, a quien había amado como a una hermana mayor, y las lágrimas brotaban de manera cruel y silenciosa. Esa chica tuvo una oportunidad, e Isabella, a pesar de su corta edad, comprendía que quizás las esperanzas de encontrar a una persona que la quiera, no estaban muertas.
Abrió el enorme libro y comenzó a leer a aquel autor difícil y complicado, quien mantenía su concentración total para analizar cada palabra oculta.
Cuantas similitudes encontraba con el personaje del Marques de Sade, cuanto comprendía, aquella niña de 13 años, a aquel autor que reflejaba la oscuridad poética.
Unos pequeños sollozos rompieron el silencio profundo. Al otro extremo de la habitación, Lucy, una niña italiana que terminó en ese infierno cuando sus padres fueron asesinados de manera cruel frente a sus ojos tres años atrás. El sollozo se convirtió en un llanto desgarrador. Isabella levantó su vista y vio en la claridad matutina a su amiga arrodillada frente a su colchón con las manos hacía arriba.


- Padre nuestro que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre – recitaba la niña con una temblorosa voz.


Isabella la miró con pena. Aquella niña inocente, tenía un tremendo golpe en su ojo izquierdo, producto de haberse negado a los placeres profano de Aro Vulturi.
Isabella contaba con la suerte de nunca haber tenido que pasar por esa espantosa situación. Ella era más una empleada doméstica. Se encargaba de la limpieza y unas cuantas veces de la cocina.
“Hogar de la esperanza” era un hogar privado para niños y niñas huérfanas.
Aro Vulturi era dueño y director general junto con su esposa Jane.
Ambos contaban con este establecimiento como una herencia de Marco Vulturi, el padre de Aro, quien dejó plasmado antes de morir en su testamento, que su hijo podría gozar de los beneficios de su gran cuenta bancaria siempre y cuando mantuviera el Hogar de la manera sana y pulcra que el viejo Marco lo construyó.
Marco astuto y sabedor de la maldad de su único hijo, puso la clausura con el fin y la esperanza de que aquel monstruo profano se dejara inundar su alma con la dulzura que cuidar a estos niños traía.
Marco y Beatriz Vulturi fundaron este establecimiento cuando Aro tenía seis años. El matrimonio, tomó la decisión de abrir el hogar cuando las esperanzas de tener otro hijo se vieron rotas, debido a las grandes dificultades que Beatriz contrajo cuando dio a luz.
Y así con eso, ellos crearon un hogar lleno de amor y dedicación, para niños abandonados.
Beatriz se dedicó en cuerpo y alma a su segundo hogar, a sus niños huérfanos de almas puras, que con amor y risas se convirtieron en sus hijos de corazón.
Pero ni aun así con todo el amor que le entregaron sus padres en vida a Aro pudieron brindarle los dones de la solidaridad. Él era un ser tan despreciable y cruel, que solo le importaba tener el auto último modelo, presumir con dinero y ser un chico de alta sociedad.
Aro odiaba con todas sus fuerzas aquel orfanato. Se avergonzaba de manera espantosa de que sus padres cuidaran a esos “mugrosos” como él los llamaba.
Sentía celos terribles de que compartieran con ellos el dinero de la familia. Dinero que contaban gracias a una empresa familiar de inmobiliarias “Vulturi SA.”
Jane era una chica de clase baja. Conoció a Aro en un bar y quedó deslumbrada con el dinero de aquel hombre que la miraba de manera profunda. Estuvieron juntos por cuatro años y se casaron. Se amaban realmente. Era un amor egoísta y solo de ellos. Se amaban desde el horror y la crueldad.
Hogar de la esperanza era una casa enorme de tres pisos. El primer piso contaba con una espaciada sala de estar de piso de madera clara y paredes blancas, una cocina grande con dos mesas amplias donde se alimentaban los niños, una sala de juegos y un jardín deslumbrante, lleno de flores y árboles, lleno de vida.
En el segundo piso se encontraba el estudio de Marco, donde tenían los legajos de los niños y una biblioteca donde ellos, pudieran sentarse a leer mientras Él trabajaba.
El tercer piso era de habitaciones. Se dividían en cuatro. Dos de hombres y dos de mujeres, divididos por edades, ya que en este hogar habitaban niños desde bebés hasta los 18 años.
Luego de la muerte de Marco y Beatriz, Aro se encontró con el terrible testamento que sus padres le legaron. Hacerse cargo de los mugrosos era un infierno, pero era la única manera en la que él pudiera tocar el dinero en las cuentas bancarias.
Jane, astuta y macabra, fue quien ideó la explotación infantil. Quien especulando, sacando cálculos y siendo inteligente, creó un imperio monstruoso en ese hogar donde la felicidad y el amor reinaban.
Isabella conoció a Marco, quien era un padre para ella, desde bebé. Cuando ella contaba con la edad de cuatro años ocurrió el trágico accidente de auto donde la pareja falleció.
Clotilde, hasta ese momento, una mujer honrada, llegó a hogar de la esperanza siendo la celadora. Era como una madre para los niños. Amaba de manera oculta y pasional al señor Marco y odiaba en su alcoba a Beatriz, su terrible rival.
Cuando Marco falleció, Clotilde quitó su mascara de mujer amable y sacó a relucir su espíritu rencoroso, depositando en los niños todo el odio de su amor no correspondido.
Jane, Aro y Clotilde eran el trío perverso que explotaban psíquica y sexualmente a los pobres huérfanos de hogar de la esperanza.
Jane, psicóloga del desarrollo, conocía bien las prácticas para manipular a los niños, de tal manera que quedaran sumisos y resignados ante el estilo de vida que les tocaba. Era tanto el daño que les causaba que cada interno que cumplía la mayoría de edad seguía trabajando con ellos a cambio de un plato de comida, sabiendo que su vida, estaba destinada a los horrores y a los infortunios.
Cada niño, por más edad que tengan, era consciente que sus cuerpos no le pertenecían, que su voluntad no existía y que solo eran títeres de aquellos profanos que aparentaban de las puertas para fuera ser seres llevados por la gloria de Dios.


FRANCIA, 1993


- Señor Newton, le presento a mi esposa Jane Vulturi.- el vulgar hombre besó la mano de la mujer que lo miraba de manera perversa y tomó asiento en el escandaloso escritorio de hogar de la esperanza.
Aro estaba nervioso e impaciente. El negocio que estaba a punto de acordar era el pasaje a una vida llena de lujos y por fin, esos mugrosos iban a serle útiles.
El señor Newton era un traficante de órganos y de drogas. Un mafioso de unos 55 años y poderoso. Tenía convenio con gente importante del gobierno y contaba con una libertad brutal para llevar a cabo sus negocios.
Aro y Jane vieron la oportunidad de sus vidas al unirse a este macabro señor, vieron la posibilidad de ganarse la vida fácil y triplicar sus bienes.
Luego de que sus dueños legítimos fallecieran, el orfanato había cambiado radicalmente, convirtiéndose en un infierno.
Los jóvenes y niños, que padecían las crueldades que sus dueños les otorgaban, jamás pensaron que las cosas se pondrían peores.
Muertes, desapariciones, operaciones sin explicación, drogas y maltratos reinaban el hogar que hacía tiempo, había dejado de brillar.
El acuerdo macabro de los Vulturi con el señor Newton destruyó la vida de muchos.
Algunos de los niños, eran secuestrados y llevados al sur de Francia, donde en un laboratorio clandestino, se les extraían órganos que se necesitaban para la venta a los grandes millonarios del mundo. Aro y Jane, recaudaban un alto porcentaje de cada órgano vendido, debido a que le facilitaban al señor Newton las presas inocentes.
El señor Newton, inteligente y sabedor de la ambición de la pareja Vulturi, negoció nuevamente un plan macabro y espantoso. Esta vez el negocio consistía en usar a los adolescentes más agraciadas del orfanato, como instrumento de fiestas privadas de perversión y droga abundante. Prostituían a cambio de dinerales enormes… las puertas del hogar se abrían para que esos padres de familia, y personas adinerada, se zambulleran en el templo del libertinaje y las perversiones.
Jane Vulturi, se había recibido de psicóloga cuando cumplió los 25 años. Actualmente contaba con 30 y era una experta en manipular la psiquis de los jóvenes.
No fue tarea difícil para ella convencer a los huérfanos de seguir sus órdenes.
Los jóvenes estaban tan sumisos, que entendían a la perfección que sus vidas no les pertenecían y estaban agradecidos de corazón, de contar con un techo y un plato de comida. Ninguno, a pesar de las aberrocidades que padecían, tenía la intención de alejarse de ahí.
Además, los astutos profanos, regalaban cantidades de zapatos, ropas caras y un sin fin de cosas por cada noche que los jóvenes se dejaban entregar en el libertinaje.
Los jóvenes rebeldes padecían un encierro horrendo en el sótano del hogar, donde eran amarrados a cadenas y castigados hasta el desmayo.
Madame O' Flúor, una mujer echa y derecha, esposa de un político poderoso que mantenía negocios turbios con el señor Newton. Su marido, a quien solo follaba por dinero, se desinteresaba de su vulgar mujer y la ofrecía a sus amigos de confianza, y ésta, que de moral no tenía nada, se arrodillaba ante todos los templos que se le ofrecían. Llegó a conocer en una de las fiestas de negocio, que daba su marido, al señor Newton; quien no dudo en ofrecerle sus servicios, al darse cuenta de lo malévola y lujuriosa que era la mujer de su socio.
De este modo llegó a “Hogar de la esperanza” y conoció la cara de la depravación. En una de las muchas reuniones que daban Aro y Jane, con los adolescentes guapos, sumisos y drogadictos, hombres cercano de los 18 años.
Madame O’ Flúor, quien se excitaba de manera orgásmica ante el libertinaje que éstos adolescentes le brindaban, se convirtió en una clienta exclusiva de aquel centro de depravación.
Ante todo este cóctel de situaciones adversas, Isabella vio desfilar un sin fin de compañeros que no volvieron a jugar con ella. Muchos otros, volvían con drogas en sus organismos, una cicatriz mal curada y un órgano menos en su cuerpo.
Lucy lloraba, Isabella recordaba sus días de la mano de aquel libro prohibido y un estruendo de susto la sacó de su enajenación.


- ¡No sirve para nada! Es insulsa y fea. Nadie se la quiere follar. ¿Para que la quieres? ¡Dímelo!- la voz de Jane retumbaba con furia.


- Jane… Tranquila querida. Sabes, es una niña joven, cumple sus catorce años en dos semanas. Podría ser bellísima con el desarrollo de su cuerpo.- Aro pensaba de manera especulativa – Efectivamente Jane. No morirá aún. La necesito. Es la mejor sumisa de la casa.
- Un riñón Aro. ¿No piensas en la fortuna que Newton te dijo? Madame O’ Flúor será capaz de pagar con el mundo con tal de sobrevivir. ¡Es un maldito riñón y de esa maldita mugrosa!- Jane no podía comprender a su marido ¿Acaso está loco? Nunca veremos tanto dinero junto como en este negocio… ¡diablos!


- Con los máximos cuidados. Si. Mucho dinero, pero Isabella es nuestra mayor inversión.


Isabella quedó pasmada. El tomo del marques de Sade se resbaló de sus manos y el terror invadió sus sentidos. Miró a Lucy en busca de ayuda, pero aquella niña aterrada solo giró su espalda ignorando la desgracia de su amiga.
Ella había escuchado bien. Aro dijo su nombre y su fecha de nacimiento. No cabían dudas de que la vida le tenía preparado espantos nuevamente.
Si. Isabella sufrió maltratos físicos y psíquicos, pero aún, contó con la suerte de que ningún cliente la haya querido para saciar su libertinaje.


El día ya había comenzado su curso normal. Isabella se encontraba fregando el baño de los hombres. Un short enorme y una blusa agujereada eran su atuendo de limpieza.
Sumisa en sus pensamientos se encontraba cuando escuchó una respiración frenética en su espalda.
De manera cautelosa, giró su cuerpo para encontrarse con James, un hermoso hombre de 16 años.
Éste la miraba profundamente…. Sus ojos penetraban cada célula del cuerpo de la niña y la hacia temblar como una hoja caída, por el viento de otoño.
Desde hacía un año, James se había fijado en la insulsa Isabella. Su cabello chocolate, su cuerpo esbelto, como el de una muñeca de porcelana, lo hacían volverse loco de deseo.


- Hola hermosa – soltó el joven de manera lenta y siniestra.


La chica quedó pasmada. James era el príncipe de cuentos con el que soñaba secretamente. Aquel hombre que la salvaría de sus desdichas. Era el romeo que moría por su Julieta, el guerrero que pelearía por su princesa de las mazmorras.
Por más que lo deseaba, las palabras no se articulaban en su boca. Un deseo desconocido invadía sus sentidos.
El joven astuto se acercó sin vacilar y llevó un mechón del cabello de la niña a su oreja. Dulcemente, acarició su mejilla derecha haciendo estremecer a la doncella que tenía sumida bajo sus encantos… Es fácil…
Una burbuja de lujuria junto con erráticas respiraciones colmaba el ambiente.
James, siguió bajando por su cara. Llegó hasta su hombro, el cual, estaba descubierto por lo grande de su blusa. Acarició suavemente la piel expuesta de la niña, que se estremeció ante el tacto de su príncipe…
Continuó bajando y la respiración se hizo más errática en aquel adolescente hormonal… Un poco más y es mía… Estaba a centímetros de tocar su pecho cuando un gritó maniático los sacó de la burbuja.


- ¡ISABELLA!, ¡ISABELLA!, ¡IDIOTA! Ven acá.- la voz de Jane retumbaba por el hogar.
Rápidamente, como una buena sumisa, Isabella corrió al encuentro del demonio.


- Ven acá tonta. ¿Dónde diablos te habías metido?


- Perdón señora. Estaba realizando mi tarea del día. – dijo casi en un susurró… Por favor que no me pegue…


Jane impaciente, la tomó rápidamente de un brazo y la arrastró sin mucho esfuerzo hacía la cochera del lugar.


- Súbete – le ordenó.


- ¿A dónde me lleva Señora? Por fav… - un fuerte golpe la hizo tambalear.


- ¿Cómo te atreves a preguntar? ¡Mugrosa insolente! Súbete de una vez.



Sabiendo que su destino estaba marcado, temerosa y dolida, subió al oscuro coche de su captora, conteniendo las lágrimas de terror que comenzaban a carcomerle en su pecho amenazando con salir por sus ojos. Al sentir el fuerte estruendo de la puerta cerrarse, la oscuridad se penetro en el ambiente, y en su alma…
El coche comenzó rápidamente a moverse. Isabella se mantuvo en silencio en la parte trasera del auto, mientras observaba curiosamente por las ventanillas oscuras, como el sol comenzaba a ponerse delante de sus ojos.



Ella jamás había salido mas haya de la entrada del orfanato, pero a pesar de todo, se sentía maravillada al apreciar la vegetación verde que se mostraba delante ella, como si fuera un cuadro al olio del pintor más famoso de Francia.
Pero sus sentimientos cambiaron al darse cuenta, que el paisaje comenzó a cambiar. El paisaje era ya desierto y desolado, era todo como un camino sin fin dentro de ese auto y un demonio al volante.
La tierra era seca y sin vida a su alrededor. El camino no tenia fin alguno y ella solo se dedicó a cerrar sus ojos y borrar el temor que ya estaba apoderando de ella. Era solo una niña de 13 años con la certeza de saber que un horror espantoso se acercaba… ¿Dónde está Dios? En los ojos del que nace, en los ojos del que sufre, en los ojos del que espera…
Fueron horas sumida en sus pensamientos temerosos y sus ojos se cerraron por voluntad propia dándole un largo sueño.
El cuadro era confuso y desolado. Se veía a sí misma con una mirada celestial y un precioso vestido blanco…


- Isabella… - una voz dulce la llamó desde el interior de su alma.


- Mamá… Mamá te necesito.


- Tienes que aguantar Isabella… el mundo es cruel y siniestro, pero tu alma es fuerte y vencedora.


- Tengo miedo mami… Mucho miedo… - las lágrimas brotaban con el terrible dolor en su pecho. Una angustia que denotaba la fatalidad de la situación.


- Yo estoy contigo mi amor.


El auto se detuvo abruptamente causando que Isabella despertara de manera confundida.
Movió su mirada en busca de Jane, y la vio hablando apresuradamente por su teléfono celular. Apagó el auto y salió bruscamente.
Isabella pegó su cara a la ventanilla de coche y divisó una casa blanca con aspecto descuidado. Buscó en los alrededores pero solo se podían apreciar enormes árboles, como sauces llorones, en la fría noche de San Juan.
De golpe la puerta del coche se abrió y dos hombres de aspecto tenebroso, grandes y con mirada oscura se plantaron frente a la aterrada niña.


- Baja rápido estúpida – Le hablo Jane, quien se asomó de pronto por la puerta. Pero al ver que Isabella, quedó estática en su lugar, feroz y demoníaca, la tomo por sus cabellos y la arrastró fuera de auto, sin siquiera darle tiempo de gritar por el dolor que le causaba.


- ¡Mugrosa inservible! ¡Muévete! -


- Señora Jane, el señor ah dicho que la niña no puede ver nada - le habló un hombre gordo y con dientes de oro.


- ¡Has lo que quieras con esta mocosa!- ordenó Jane antes de tirar a Isabella al suelo.


- Como usted diga mi señora -El hombre, violento y macabro, le dio un golpe atroz en la cara de la niña y estalló en carcajadas.


- Nos vamos a divertir muñeca – y alzándola en brazos se adentró hacía la casa.


Mami… Por favor mami… Y las lágrimas caían silenciosamente… Estoy contigo mi amor…






LA CONDENA DEL LIBERTINAJE



El día estaba gris y frío. Él solo llevaba puesto un pantalón gastado y una camisa sucia. Hubiera querido estar limpio y más presentable, pero sus últimos centavos los gastó en comprarle un poco de pan a Charlie, el pobre viejo mendigo quien lo adoptó como a un hijo.
La decisión de ir hacía la mansión de Madame Hale la había tomado hacía una semana atrás, cuando los horrores de su adicción a las drogas lo llevaron a realizar un crimen macabro y doloroso.
Edward Cullen, como lo bautizó Charlie, era un adolescente de la calle.
Charlie, quien en su pasado había sido un gran arquitecto, luego de la muerte de su esposa, se dedicó a beber y jugar en casinos. Perdió absolutamente todos sus bienes, que aunque no eran muchos, le daban la garantía de una vida digna. El pobre hombre, con el corazón fundido en la depresión, volcó su angustia en el alcohol quien le regaló infortunios y una vida de vagabundo. Solo en la vida y sin un amigo con quien contar, se arrastró a los suburbios y esperó que la muerte se apiadara y lo llevara.
Pero la vida le brindaba una segunda oportunidad. Una noche de mayo, se sentó en un callejón oscuro y sucio a beber un vino barato que había conseguido. Estaba por el segundo sorbo de aquel caliente y turbante contenido, cuando un sollozo de bebé le quitó el aliento.
Asustado, el joven hombre de 25 años, se arrastró al basurero que se encontraba en la otra esquina del callejón, siguiendo los sonidos espantosos que ese sollozo producía.
Al llegar al contenedor de basura, descubrió a un bebé de aproximadamente dos meses de edad llorando y desnudo.
Charlie Cullen, quien creyó que sus sentimientos estaban muertos, comenzó a llorar junto al bebé que le desgarraba el alma. Apresuradamente lo acunó en brazos y frotó suavemente el cuerpecito del bebé que estaba congelado.
Así fue como Edward llegó a la vida de Charlie. Aquel hombre, llegó a amar al niño como a un hijo propio. Se desvivió intentado trabajar o mendigar lo suficiente para alimentar al chico, pero el trabajo y las desgracias lo perseguían y no pudo salir del callejón. Así y todo pasó noches en vela cuidando que nada le pasara e intentó con libros viejos y la ayuda de las mujeres del barrio, educarlo para salir adelante.
A la edad de 13 años, Edward era un precioso hombrecito. Su cabello rebelde y cobrizo, sus ojos verdes y un cuerpo flaco pero musculoso, le daban la ventaja de recibir limosna de todas las señoritas que paseaban por las calles francesas.
Conoció a María una noche calurosa, y esa mujer de veintidós años, desnudó y pervirtió aquella virilidad masculina. Edward comenzó a frecuentar burdeles baratos y a llevar una vida sexual activa y profana.
Charlie recriminaba a su hijo con palabras tontas y sin sentidos, pero aquel adolescente hormonal, rebelde y con poca educación, se entregaba a los placeres que la calle le brindaba de manera profunda e intensa, sin medir la moral de la que todos los ricos hablaban. Él era pobre y por eso, tenía permitido gozar en desenfreno. La abundancia de placeres, era un goce que no iba a rechazar.
Pero ni el hambre, ni ver sufrir a su viejo, ni el frío de las noches, le hicieron tomar consciencia como aquella noche de septiembre…


- Ven aquí guapo- lo llamó María desde una esquina barata y sucia. La dama era sexy y vulgar. Tenía la melena rubia y larga. Unos ojos grandes y muy mal pintados, un cuerpo bien formado y una sonrisa siniestra. Edward, con diecisiete años, se acercó a la mujer que se le ofrecía diariamente.


- Hola gatita – le mordió el labio inferior mientras pellizcaba su torneado trasero.


- Ten – respondió la mujer y le ofreció una bolsita transparente con un polvo blanco en su interior.


- ¿Qué mierda es esto? – preguntó el joven mientras señalaba la bolsa.


- Vamos Eddie, ya sabes lo que es. Chupa bebé… hace frío, tienes hambre y quiero cogerte desbocadamente.


- No María. ¿De dónde sacaste esta mierda?- la mujer lo miró con ojos desafiantes. Quitó la pequeña bolsa de las manos de Edward, y se acercó hacía el capó de un auto abandonado.
Sacó del bolsillo de su apretado pantalón, una tarjeta de crédito robada y vertiendo un poco del contenido blanco, formó una línea de cocaína.
Inclinó su cuerpo hacía ésta y aspiró por la nariz fuerte y rápido. El polvo ingresó en su sistema de manera delirante Por fin algo bueno… follarme a aquel hombre espantoso tuvo su recompensa… Repitió la acción unas cuatro veces seguidas. Preparó como una profesional cuatro líneas más y llamó a Edward con un gesto en su cabeza. El hombre, asustado y ansioso, se acercó vacilando hacía la mujer y la miró con ojos interrogativos.


- Edward. No quiero que pensemos. Sé que tienes hambre bebé… sé que no comes hace horas, quizás días. Esto te ayudará. Te hará olvidar, y cogeremos tanto que no sentiremos frío ni cansancio. Hazlo por mí. Te haré las mejores mamadas y te dejaré que folles mi culo, pero aspira bebé…


Edward miraba confundido a la mujer. María, mujer libertina sin remedio, solo ansiaba una noche de placer prohibido. La cocaína la excitaba excesivamente. La hacía olvidar sus problemas, su hambre y su desdicha. Aquella mujer, sentía un cariño extraño hacía Edward. Era su chico, a quien se follaba cuantas veces quería y lo hacía de manera gratuita, solo con él…
María tomó con sus temblorosas manos la cara de aquel hombre y lo besó en los labios de manera lasciva… Edward, que poco se resistía a los besos profanos que esta dama le ofrecía, sacó su lengua y chupó su boca.
Se alejó y con una sonrisa perversa y sádica, inclinó su cuerpo y aspiró fuertemente cada una de las líneas. María, excitada al verlo, chupó dos de sus dedos y los pasó por el capó donde quedaban resto de aquella droga maligna.
Llevó a su boca y delineó sus encías con los resto de polvo. Repitió la acción pero está vez, fue la boca de Edward quien recibió la cocaína. En un lapso de cinco minutos, la droga les llegó al cerebro produciéndoles un efecto eufórico.
María, que entró en euforia segundos antes que Edward, lo tomó efusivamente de su playera y lo estampó violentamente contra una pared rota. Edward gimió de dolor y su miembro se puso erecto en cuestiones de segundos.
La mujer, desesperada y hambrienta, se frotaba frenéticamente contra el miembro del hombre que latía con fuerza. Los gemidos roncos de ambos colmaban la fría noche. Los besos eran desesperados y violentos. Edward desabrochó de manera torpe el pantalón de la mujer y escabulló su mano hacía el templo de sus placeres. Manipuló de manera frenética aquel punto de nervios haciendo convulsionar con una risa rabiosa a la mujer que se desvanecía en un brutal orgasmo.
La mujer, extasiada en placer, buscó la bolsa de cocaína y chupando nuevamente su dedo, lo empapó en aquel polvo blanco y fino, llevándolo a la boca agitada de Edward, que excitado como estaba, tomó la bolsa de sus manos, la llevó a su nariz e inhalo brutalmente casi todo el contenido.
María lo miró hipnotizada. Aquel gesto del hombre fue tan erótico frente a sus ojos, que no pudo contenerse y arrodillándose como una abadesa en el altar, bajó el pantalón y un miembro erecto y mojado le brindaba bendiciones.
Sin esperar, introdujo el miembro en su boca y comenzó adorarlo con sus labios, lengua y manos.
Edward no caía en lo que la preciosa mujer le hacía. Su cuerpo sufría calores infrenables, su miembro dolía y su organismo solo quería más. Furia, ira y pasión recorrían sus venas. Adrenalina brutal. Tomó el cabello de la mujer en un gesto maniático y bruto aumentando el ritmo de sus embestidas.
Segundos más tardes una atorada María, se levantaba del suelo mientras escupía el semen de su boca.


- ¡Idiota! – le pegó con su palma en la cara al hombre - ¿Cómo te atreves a atragantarme con tu maldita verga?- con su dedo del medio lo empujó contra la pared agresivamente – No soy tu puta Cullen… y si lo soy, me debes dinero.


La mujer ofendida y drogada, salió caminando a paso apresurado.
Edward, quien se encontraba en un estado de euforia y ceguera mental, subió sus pantalones torpemente y con un grito de lujuria se adentró en las pocas iluminadas calles francesas.
Iba caminando entre risas y un cigarro por la mitad que encontró tirado, cuando una apresurada joven, de no más de dieciocho años pasó por delante de él sosteniendo un cuaderno y su bolso de manera maniática.
Edward tenía los sentidos nublados y ya no recordaba donde estaba y cual era su destino. Sin pensarlo un segundo y dominado por el demoníaco estado de un drogadicto, tomó del brazo a la joven desgraciada.
La pobre desdichada, de aspecto extraído de una novela de Jane Austen, gritó de manera desgarradora e intentó zafarse del monstruoso destino.
Edward reía y se excitaba. Una parte de él gritaba por huir, por acostarse en un rincón de aquella enorme ciudad, e intentar acallar los extraordinarios ruidos y las sensaciones locas que lo dominaban, pero lamentablemente, esa parte de él, no era quien dominaba su monstruo, así que arrastró a la chica a un callejón oscuro y tenebroso y le tapó la boca con sus manos.


- -Por...fa...vor... – intentaba gritar entre llantos la mujer.


- Ya cállate, arruinas el momento con el llanto. ¿Por qué lloras? Las mujeres dicen que lo hago bien – y volvía a reír desbocadamente.
No supo que fue lo que se le cruzó por su cabeza, ni si la maldita droga fue la culpable de aquel acto tan repugnante y libertino. No entendía como en diez minutos se convirtió en una bestia monstruosa capaz de quitarle la santidad a una princesa que esperaba a su príncipe.
Solo tenía la certeza del horror cuando la joven rompió en llantos y asustado y espantado por la situación, la miró y sus ojos verdes penetraron el centro de la joven, que contenía sangre y restos de su semen. Horrorizado y confundido comenzó a mirar hacía todos lados buscando al culpable de aquella monstruosidad. La joven lloraba y se desgarraba de dolor… Edward sintió como la brisa helada volvía a su cuerpo y al sentir su miembro desnudo, desvió su mirada hacía éste, y al notar restos de semen en el, un dolor punzante en su corazón y unas ganas de vomitar espantosas inundaron su cuerpo. Sí. Había violado a una joven.
Con un gemido desgarrador y temblando de miedo e ira, subió sus pantalones y comenzó a llorar frenéticamente.
Intentó abrazar a la mujer que lo espantó con sus gritos ahogados. Grito perdón hasta que le ardió la garganta y salió corriendo del espantoso callejón.
Esa noche no volvió con Charlie. No podría mirar a su viejo a la cara habiendo faltado a su hombría.


Su vida tenía que cambiar y esa noche fue cuando tomó la decisión que hoy lo llevaba a las puertas del palacio de Madame Hale.
Su amigo Jasper, un joven dos años mayor que Él, rubio, apuesto y sobre todo noble, le había presentado a la señorita Hale.
Rosalie Hale, una mujer de 30 años, adinerada, viuda y con un espíritu dominante y rebelde.
Por las calles más populares de Francia, se comentaban las prácticas sádicas que la hermosa rubia llevaba a cabo con sus amantes.
Las mujeres elevadas de edad discutían entre teorías tontas, que la mujer contaba con libros prohibidos y estudiaba como llevar a cabo las aberraciones sexuales o, que era el mismísimo demonio y traía desde las tinieblas los pecados mayores para dominar el mundo.
Pero Rosalie Hale, solo tomaba las riendas en las relaciones.
Conoció a Edward Cullen gracias a su primo Jasper Hale de 22 años, dueño de un café precioso en la avenida Los Campos Elíseos, libertino por excelencia. Rosalie, que confiaba plenamente en su primo, confesó su ardor por el joven Cullen y quiso comprarlo para ella.
Edward, rió del disparate que su amigo le reproducía. Jamás una mujer dominaría sus sentidos, y no perdería la libertad a la cual estaba tan acostumbrado.
Luego de aquella noche en que su vida, cuerpo y alma dieron un vuelco por el espanto de sus actos, la señorita Hale vino a su memoria.
Ella era una mujer adinerada. Pagaría bien, o al menos, eso le exigiría. Podría buscar algún lugar para instalar al viejo Charlie, que merecía al menos, morir en un hogar. Y sobre todo, se entregaría a una mujer que le enseñara a expiar sus culpas de violador. Se sometería para siempre bajo las garras de esos tallos de rosas que él tanto amó y dañó.
Entregaría su libertad a las mujeres. Las amaría. Aprendería de Madame Hale los dones. Sería un pupilo del convento… un adicto en recuperación… lo que él no sabía, es que encontraría la libertad en la esclavitud.

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