martes, 25 de octubre de 2011

CAPITULO 3


La obra y personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

La historia es nuestra.
Advertencia: Escenas fuertes y lenguaje adulto.
Nunca, repito, nunca pintaré el crimen bajo otros colores que los del infierno; quiero que se lo vea al desnudo, que se le tema, que se le deteste, y no conozco otra forma de lograrlo que mostrarlo con todo el horror que lo caracteriza.” Marques de Sade

El Reto de las Transiciones



No tenía muchas pertenencias. Solo encontró su viejo bolso, donde guardó sus libros, un abrigo y el viejo oso de peluche que le habían obsequiado Marco y Beatriz.
Su habitación estaba vacía, situación que le daba ventaja para moverse con tranquilidad.
Pequeñas lágrimas rodaban por su mejilla. La imagen de Emily, sus gritos y su entrega a la muerte la acompañaban en la odisea.
A un día de sus dieciocho años, habiendo pasado años y años sumergida en sus infortunios. A un día de tomar la decisión más importante de su corta vida, Isabella, no cabía en el miedo que le causaba alejarse de aquel monstruoso lugar. Pero el pánico y la impresión de la muerte de Emily, la impactaron de manera rotunda y letal… Era hora de salir de aquel espanto, era hora de buscar una vida, una oportunidad.
No importaba morir en manos de la civilización que desconocía, o morir por necesidades básicas como el alimento.
Isabella, presa de su orgullo y de su dignidad, prefirió las incertidumbres antes de morir en manos de aquellos seres malvados, que mataban por mero placer.
Minutos más tarde, Lucy ingresó en el dormitorio con aspecto cansado y semblante triste.

-         ¿Isabella? – preguntó al ver el bolso de la joven sobre su gastado colchón - ¿Que se supone que haces?

Isabella la observó con una mirada decidida. Se acercó a quién, fue de manera silenciosa, su amiga de la infancia. Tomó sus manos y las besó. Lucy la miraba perpleja.

-         ¿Qué te pasa? – pero Isabella solo la miraba. Abrazó a su amiga con todas sus fuerzas y lloró un largo rato en los brazos de aquella adolescente perdida.

-         Me marcho Lucy. Me marcho de aquí.

-         ¡¿Qué?! , ¿Cómo Isabella? ¿A dónde te vas? – la joven miraba horrorizada a su amiga, que según sus pensamientos, estaba completamente loca.

-         Ven conmigo Lucy. Tú ya tienes diecinueve años. Tú puedes correr conmigo – lágrimas desesperadas brotaban por sus ojos. La angustia era arrasadora. Isabella no concebía sentir tanta opresión en su pecho. Horror, miedo, y esperanzas.

-         ¡Estás loca! Siempre supe que estabas loca. Tú y tus libros. Deja de soñar Isabella. Ésta es la realidad que te tocó. Deberías de estar agradecida. – la joven muy enojada, la miraba con rabia y decepción- ¿Te molesta el sexo Isabella? – Se echó a reír de forma cínica – No eres santa. Es sexo por comida, por un techo – la burla se apoderaba de sus ojos- ¿acaso no te revuelcas con James por ahí? ¿No lees ese libro sucio y espantoso?- Isabella empalideció lentamente ante la brusquedad de quién ella pensaba, era su amiga-  ¿Te crees que no lo sé?- el odio se apoderaba de los sentidos de Lucy de una manera trágica y vulgar – Siempre con ese libro haciéndote la santa.  Me das lástima Isabella. Ve. Corre, morirás sola e infeliz – y con una mirada de desprecio incapaz de reproducir, Lucy salió echa una furia de aquella habitación.

Un jadeo desgarrador se escapó del pecho de Isabella, quién quedó en un estado aturdido y casi febril. En un gesto maniático y brusco, limpió las lágrimas de su pálida cara y tomó su bolso apresuradamente.
Echó un vistazo por la ventana. El cielo nublado y melancólico indicaba la repentina noche. Tomó aire en busca de fuerzas y con un paso cauteloso y decisivo dejó su habitación atrás.
Caminó por el pasillo casi invisiblemente. El hogar estaba en un silencio peligroso. La hora del libertinaje llegó e Isabella sabía a ciencia exacta, que ese silencio significaba sexo y derroche de voluptuosidad.
Se apresuró a bajar las escaleras, pero en el segundo piso quiso desaparecer.
La puerta del estudio de Aro estaba abierta de par en par. Una luz casi diabólica relucía de manera teatral y unos gemidos de lujuria colmaban el espacio.

-         Aro…  - una voz jovial y extasiada resonó de golpe – Te amo

Un ruido como si se tratará de un golpe seco la hizo saltar.

-         ¿Cómo se te ocurre zorra? – un látigo de cuero negro se dejó ver por la puerta del estudio, y en el aire, veloz y terrorífico, aterrizó en las nalgas de la mujer que gritó con fuerzas desgarradoras.

-         ¡Te Amo! – y nuevamente el sonido de estruendo colmó el lugar.

Isabella temió nuevamente estar en el lugar equivocado. De vez en cuando giraba su cabeza para controlar que ninguna persona apareciera del piso de arriba. El miedo y la angustia que le provocaba pensar que quizás no pudiera huir de aquel lugar la tenían al borde de las lágrimas.
Los jadeos voluptuosos se acongojaron en un gutural gemido que obligó a Isabella esconderse tras una cortina color rojo oscura, que tapaba una ventana.
Su ojo derecho le permitía observar como iba la escena, gracias a que el espacio solo estaba iluminado tenuemente.
Lucy, salió del escritorio de Aro con el pelo revoltoso, una mirada triste y la ropa rasgada.
Isabella quedó petrificada. ¿Lucy amaba a Aro? La mirada de su amiga le partía el corazón. Isabella no lloraba en su habitación por las crueles palabras que aquella joven le dijo en forma de reproche, no, Isabella lloraba por la ceguera de su amiga. Lloraba al comprender que Lucy, tenía los días contados.
Lucy caminó con un sollozo lastimoso hacía el piso de arriba. A los pocos minutos, un Aro, con mirada lasciva, se hacía presente en aquel pasillo. Isabella empalideció. Si la encontraba ahí estaba segura que no correría con suerte como tantas veces.

Aro vaciló unos segundos mientras su mirada se posaba fijamente en la ventana, pero para suerte de Isabella, se dirigió al piso de abajo tarareando una vieja canción de los Beatles.
La joven suspiró quedadamente. Sabía exactamente a donde tenía que ir.
Esperó a que los pasos se perdieran y que el silencio macabro se hiciera presente de nuevo.
Ingresó con rapidez al escritorio de Aro. Látigos, sangre, y un olor a libertinaje le dieron la bienvenida. Isabella gimió lastimosamente y prosiguió su odisea.
Se acercó a la biblioteca donde estaban todos los legajos. Luego de rebuscar dio con el suyo. Lo guardó torpemente en su bolso y se acercó a una caja de cerámica que estaba posada en la otra esquina de la enorme biblioteca.
Esto está mal… metió su pequeña mano y sacó unos cuantos billetes. No era una suma inquietante, pero le permitiría sobrevivir unos días, o al menos, ella lo pensaba así debido a lo que James muchas veces le contó.
Casi corrió para salir de aquel escritorio y volvió al pasillo. Tenía que ser muy estratégica. James le había mostrado una salida secreta, por la que juntos se escabullían muchas noches.
La bendita ventana por la que escapaban estaba en el primer piso, en una habitación que servía de archivadora de cosas que no se usan.
Bajó con cuidado y en posición erguida. Tenía mucho miedo de ser descubierta. El bolso que le colgaba por la espalda la delataría.
El primer piso se encontraba casi desolado. Unos cuatros jóvenes estaban echados en unos sillones mientras conversaban. Cuando sintieron la presencia de ella, solo la miraron de arriba a bajo y siguieron en sus asuntos, gesto que Isabella agradeció en su interior. Caminó rápidamente y se metió en el ala derecha del orfanato.  Ahí estaba. Una sola puerta y una sola escapatoria.
Los malditos maniáticos, tenían sellado el portón principal y todas las puertas que conectaban el exterior con aquel espantoso hogar. Solo ellos contaban con las llaves y era casi imposible que alguien consiguiera salir de ahí.
James había sido una bendición en estos momentos. Aquel hombre conocía el lugar de manera científica.

-         ¡Isabella! – la voz de James le erizó la piel de manera horrorosa – Te estaba buscando – la tomó bruscamente del brazo.

James la penetró con la mirada. Una mirada desconfiada y siniestra. Una mirada que denotaba su ira.

-         Isabella… ¿Por qué demonios estás en este lugar? – apretó fuertemente el brazo de la chica.

-         James… me lástimas…

-         ¡Cállate y contesta!, ¿Qué mierda haces aquí?

-         Te buscaba. Te buscaba a ti – mintió rápidamente.

-         ¿A si? ¿Me buscabas a mí? – fuertemente la ingresó a la habitación abandonada. Cerró la puerta y la arrojó al suelo.

-         Vas a aprender a no mentir – y se arrojó a encima de su cuerpo.




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-         ¡Edward! – Madame Hale se encontraba en su habitación leyendo un libro clásico.

-         Mi madame – un Edward de traje impecable apareció a los pocos segundos frente a la mujer que lo miraba sensualmente.

-         Hola querido. Ven, siéntate.

Edward se acercó con la cabeza baja y se sentó frente a la dama.

-         Mañana será la fiesta, ¿Recuerdas Edward? Llegó el día.  

Si que lo recordaba. No había podido sacarse de la cabeza las palabras y advertencias que Rosalie le dio. La ansiedad lo cegaba, el miedo lo perturbaba y la excitación lo abstraía.
Hacía dos semanas que sus pensamientos eran presos de la expectativa.

-         Lee Edward. Lee para mi – Madame Hale reposaba en un enorme y fino sillón en el precioso jardín de la mansión. Edward tenía en sus manos un libro que le causaba terror.

El día estaba soleado, una hermosa brisa parisina bañaba sus rostros. Edward se encontraba sentado a los pies de Rosalie. Usaba una camisa blanca y unos pantalones claros.

-         Vamos Edward, me impacientas querido .Habíamos quedado en cuando Juliette es llevada por madame Delbéne a la iglesia – una exasperada Madame habló de manera terminante.

Edward tragó en seco. No se acostumbraba aún a aquel libro que representaba de manera metafórica las más aberrantes orgías.

Comenzó a leer… “Esta es una ceremonia de recepción. Admito a Juliette en nuestra sociedad: es preciso que cumpla las formalidades de rigor… La bonita bribona me examinó por todas partes, y, después de cubrirme de besos, se entrelazó entre mis muslos, se frotó contra mí, y ambas nos extasiamos. Flavie fue la siguiente; hizo más tanteos. Después de mil deliciosos preliminares, nos tendimos en sentido inverso, y; con nuestras lenguas cosquilleantes, hicimos brotar torrentes de flujo” Edward levantó la vista excitado. Madame Hale lo miraba relajada.

-         Prosigue Edward… Vamos bébé…

Edward asintió y continuó… “Sainte-Elme se acerca, se tiende sobre la cama hace que me siente sobre su cara, y, mientras que su nariz excita el agujero de mi culo, su lengua se sumerge, en mi coño. Doblada encima de ella, puedo acariciarla de la misma manera; lo hago: mis dedos excitan su culo, y cinco eyaculaciones seguidas me prueban que la necesidad de la que hablaba no era ilusoria.”

Edward leyó y leyó aquella macabra obra. Rosalie apreciaba la literatura, la adoraba, la deleitaba y se dejaba guiar por la voz seductora de su esclavo. Edward se fundió en la lectura de manera casi orgásmica. Se dejó llevar por las palabras de fuego y sexo que allí leía, y motivado por los suspiros leves de su ama, enfatizaba con seducción innata las preciosas ilustraciones de la voluptuosidad plasmada.

Cuatro horas más tardes, con dos copas del vino tinto más caro de todo Paris y una excitación promiscua, Rosalie y Edward intercambiaban una mirada cargada de deseo. El crepúsculo teñía el cielo, la brisa fresca daba alivio a los rostros lujuriosos y el libro cerrado marcaba el comienzo de lo nuevo.

-         ¿Estás excitado?

-         Si Madame- contestó el joven con una voz ronca y sedosa.  

-         Tendrás que prestarme atención Edward, tu control me interesa- Edward levantó la vista hacía la mujer-  Te hice leer este libro, por que plasma de manera poética lo que pasará próximamente.- el joven se tensó… No comprendía lo que su ama quería decirle.

-         No te alarmes querido – Madame Hale comenzó a pasar suavemente sus pequeñas manos sobre sus pechos – Dentro de unas semanas daré una fiesta. Será aquí, en la mansión. Figuras que ni te imaginas asistirán. Será una especie de ceremonia de iniciación para ti- desprendió su blusa ágilmente- . Necesito y deseo, que estés preparado para lo que verás y te dejarás hacer. Yo te protegeré, claro está, pero quizás no solo tengas que satisfacerme a mi, querido mío, me gusta el desenfreno y quiero que juegues conmigo – un jadeo suave y erótico se desprendió de la boca de Rosalie.
    Edward la observaba perplejo. Aquella mujer, aquella dama que le prometía desenfrenos y calidez.

-         ¿Sigues dispuesto a todo Edward?

-         Si Madame.

-         Bien mi bebé .Ahora ven aquí y termina lo que empecé. Dame placer.
                                             
Y como un obediente sumiso, lentamente, se posó sobre su dama y comenzó a lamer la piel expuesta que ésta le ofrecía.
Esa noche durmió con un terrible dolor en su miembro. Madame Hale procuraba presentar en sociedad a un sumiso echo y derecho, por lo que estaba poniendo a pruebas límites el autocontrol de su hombre.

-         Bien Edward… ¿Recuerdas o no? – La joven dama lo observaba relajadamente.

-         Si mi Madame, lo recuerdo muy bien.

-         La fiesta será mañana en la noche. Ésta tarde, vendrá mi gente a prepararte. Espero que accedas a todo Edward. Tu vestimenta cambiará. Estarás sometido mi bebé… sometido a mí y a quién se me antoje – la muy astuta mujer, le levantó una ceja de manera sexy -  ¿Estas de acuerdo?

-         Si Madame, como usted diga.

-         Ahora ve a descansar. A la una te quiero vestido con tu traje negro en el salón principal. Almorzaremos y luego pasaremos al cuarto de juego.

Edward asintió y se retiró lentamente. Desde hacía dos semanas, todos los días, luego de un abundante almuerzo, Madame Hale lo sometía en aquel cuarto en el que la voluptuosidad reinaba. Edward disfrutaba de sobremanera todo lo que su ama le regalaba. Si. Le regalaba, para él, todo esto, era un regalo, un premio, una manera de servir, de expiar ese pesar que lo acompañaba.

Cinco años habían pasado desde el día en que piso la mansión Hale, cinco años del peor pecado de su vida. Cinco años que no veía a su viejo… Como te extraño Charlie…

Charlie Cullen, perdido en los lujos de su hogar, no hacía más que beber y lamentar sus horas.  El dinero le sobraba, su salud había mejorado gracias a los médicos que lo asistieron. Charlie no comprendía ni quería comprender de donde su hijo había sacado tanto dinero para mantenerlo como a un señor rico.
Lo extrañaba de sobremanera. Lloraba largas y tendidas horas en el piso, borracho e inconsciente. Extrañaba a su mujer, a quién muchas veces, creía ver sentada a su lado.

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Unas cuerdas gruesas le sostenían las muñecas. Isabella lloraba silenciosamente. Sabía a ciencia exacta que gritar empeoraría las cosas.
James la penetraba duramente. La golpeaba, le decía palabras horrorosas, la besaba y la volvía a golpear

-         ¿No te gusta puta? – Le mordió fuertemente los pechos – Eres una puta, ¡una puta mentirosa!

James continuaba con su danza malvada. La cara de horror de Isabella lo incitaba a la destrucción. La odiaba con todas sus fuerzas. ¿Mentirle a él? Aprendería a seguir sus órdenes. Esa mujer le pertenecía y quería ser dueño de sus planes y pensamientos… ¿Mentiras? Y sin vacilar estampó un puño fuerte y duro en la nariz de la joven.
La sangre corría convirtiendo la escena en una macabra obra sádica.
Isabella imploraba que el hombre terminara.

-         ¡Abre tus piernas! – gritó con voz ronca – No te resistas, por que es peor.

Pero por más que su consciencia le gritaba que no se resistiera, Isabella no podía con el horror que la escena le causaba. Se encontraba atada y la imagen de Emily se hacía presente en forma fantasmal.
James al notar la resistencia, retiró de forma brusca su miembro del interior de la joven. La miró de forma desquiciante y comenzó a acariciar su virilidad a un ritmo frenético encima de Isabella.

-         Te voy a marcar. Eres mía, ¡mía!

Las heridas le ardían. La sangre caía de sus labios sin cesar. Sus brazos arañados y sujetados padecían calambres fuertes y las lágrimas en sus ojos le producían una ceguera aguada.
James explotó en un orgasmo arrasador y vertió la semilla lúgubre en el rostro y en los pecho de Isabella.  

-         ¡No pongas cara de asco puta! – pateó sin piedad las costillas de la joven que lloraba silenciosamente. – Tú te buscas esto Isabella, tú y tus putas mentiras.

James se sentó a horcajadas sobre la joven y comenzó a acariciarle la mejilla.

-         ¿Por qué haces las cosas más difíciles? No tienes permitido rondar por el hogar… ¿Por qué diablos no me haces caso? No quiero ser rudo contigo pero me obligas Isabella. Tu rebeldía hacia mi me obliga a castigarte.
James se levantó y comenzó a desatar las cuerdas que tenían apresadas las muñecas de Isabella.

-         Voy a follar tu culo Isabella. Vas a ser mía de todas las maneras.
Las palabras sonaron como alfileres en los pies. Isabella se encogió junto a un gemido de piedad. El dolor en su cuerpo era tal, que el simple movimiento de sus dedos le estremecían el alma de dolor.
James terminó de liberarle las muñecas y se alejó. Le dio la espalda en un gesto de desprecio y rebuscó entre la mugre del lugar, sus jeans. Del bolsillo sacó un paquete de cigarrillos y lo encendió. Se acercó a una vieja biblioteca y se entretuvo husmeando los pequeños objetos que había.
Isabella tomó aire y con un impulso casi instintivo, tomó un jarrón pesado y sucio de una mesa que se encontraba a escasos centímetros de donde ella estaba reposada, y con una furia casi titánica, se levantó de golpe y corrió con un sonido grotesco hacía James.
James volteó rápidamente pero no alcanzó a defenderse cuando la cerámica dura y fría chocó contra su cabeza, causándole un brutal desmayo.
James cayó con una mirada de horror al suelo causando un estruendo. Isabella, rápidamente buscó su ropa, pero todo estaba roto y rasgado.
Encontró la camisa y los boxers de James en el suelo y vistió apresuradamente.
Juntó su bolso y con violencia abrió la ventana. La brisa de la noche le dio ánimos y sin dudar, cruzó las barreras de la libertad.

Comenzó a correr con una velocidad casi imposible. Corrió y corrió, minutos, quizás horas, los pies le dolían y sangraban. No tenía idea de donde estaba.
Las luces de la calle alumbraban la desolada noche. Isabella frenó con la respiración agitada en una esquina muy pulcra. Se acercó cansadamente a un cartel que indicaba el nombre de la calle “Avenida los campos Eliseos”.
Nunca en su vida había caminado más que dos cuadras a la redonda del orfanato junto a James. No sabía a donde ir pero el miedo a la incertidumbre despertaba en ella una leve sonrisa… si, Isabella se sentía libre.
 Se sentó en el suelo y comenzó a tramar un plan. No quería quedarse en la calle desolada, le aterraba la idea de que la encontraran.
Se levantó decidida y comenzó a caminar nuevamente. Un coche con un cartel que indicaba ser un taxi pasó lentamente por la calle. Isabella levantó su mano en un instinto para que el auto frenara.
El taxista miró raro a la joven y fue ahí cuando se dio cuenta de su atuendo. Estaba prácticamente desnuda.

-         Me robaron – fue lo primero que dijo Isabella al ingresar al coche.

-         ¿Se encuentra bien señorita? – un señor con pelo blanco, de unos cincuenta años miraba aterrado a la niña que estaba teñida en sangre.

-         Si señor. Por favor, ¿podría usted llevarme a un hotel? No tengo mucho dinero.

-         ¿No quiere que la lleve a un hospital? No se preocupe por el dinero, no le voy a cobrar el viaje.

-         ¡No, no! – se apresuró a decir – No es necesario. Realmente estoy bien. Solo necesito un hotel donde poder descansar.

El chofer no discutió más y comenzó a andar. Isabella observaba feliz las calles. Las tiendas iluminadas, los carteles enormes, las casas lujosas, todo, todo era una obra de arte para ella.
En la parte de atrás de la colina Montmartre, se encontraba el hotel donde la llevó el chofer.

-         Señorita, aquí podrá descansar y el albergue no le hará gastar mucho dinero. Igualmente, por favor acépteme la ayuda- El amable señor, tendió en la mano de Isabella un fajo de dinero – No es mucho, pero la ayudará.

-         No, no, no. De ninguna manera. Yo tengo dinero

-         Acepta o te cobro el viaje de manera imposible – el astuto hombre le levantó una ceja.

Isabella gruñó derrotada. Tomó el fajo de dinero de muy mala gana, le dedicó una sonrisa dulce y amable, la cual el hombre respondió con un gesto de cabeza, y se bajó del coche.

El cartel indicaba el nombre del albergue “Le Montclair Montmartre”,  era rojo y pequeño. El hotel parecía más un local de comida rápida que un lugar para descansar.
Isabella agradeció internamente eso. Su aspecto mataría del susto a cualquier señor elegante.
Ingresó cautelosa y el hall de entrada estaba vacío. Unos segundos después una mujer de no más de 40 años apareció y ahogó un grito.

- ¡Oh dios mío!

- Señora no se asuste. Vine a visitar Paris y me han robado, pero estoy bien. – dijo de manera apresurada Isabella ante el perplejo rostro de la mujer que tenía enfrente.

-         Oh niña… ¿segura que te encuentras bien? – la mujer con una confianza casi inconsciente la tomó de las manos y le hizo una caricia que estremeció el alma de Isabella.

- Si, solo necesito descansar. Gracias.- una sonrisa sincera se escapó de sus labios.

- Soy Martha – le tendió la mano.

- Isabella, mucho gusto – contestó de forma graciosa.

-Bien Isabella, toma la llave de la habitación 24, se encuentra en el piso dos – la mujer quién caminó tras el escritorio antiguo, le tendió la llave – Vamos, te acompaño.

Caminaron juntas por las escaleras. El hotel era antiguo pero muy limpio. Llegaron a la puerta que indicaba en números de madera el 24 y la mujer se frenó.

- Isabella… no te me ofendas niña, ¿tienes ropa?
    
      Fue en ese momento en el que se puso a pensar que sólo contaba con una campera. Su cara se tornó de un rojo furioso y la mujer sonrió cálidamente.

- Tengo una hija – Martha sonrió dulcemente – Aguárdame un minuto Isabella, voy por una nuda de ropa para ti.

Iba a negarse de manera rotunda, pero su lado racional le frenó el impulso. Necesitaba ayuda y debía aprender a recibirla sin chistar. Quizás tras las frías paredes de hogar de la esperanza, la calidez humana realmente existía.

Martha caminó apresuradamente perdiéndose de la vista de la joven. Isabella vaciló en que hacer, por lo que se sentó apoyando su espalda en la puerta de la habitación.
Un sentimiento de paz la invadía. Unas ganas locas de salir y conocer aquella ciudad que prometía la extasiaba y la remota posibilidad de una nueva vida la tenía ávida.





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Almorzaron en un cómodo silencio cargado de anticipación sexual. Así eran sus almuerzos, a la expectativa de lo que vendría luego de deleitar juntos lo más sabrosos manjares de la mansión.
Al finalizar, de forma mecánica, Edward se retiró a su habitación a prepararse para asistir al cuarto de juegos, como Madame Hale le llamaba a la habitación donde los nombres sobraban y ambos se entregaban a la pasión libertina que amaban.  

Luego de una ducha rápida y solo una bata negra de seda, Edward se dirigió a la habitación que se encontraba en el último piso de la mansión.
En la puerta, se puso de rodillas con sus manos en la espalda y la cabeza gacha, y esperó con gran fervor a que el juego comenzara.
Rosalie mientras se acercaba con sus botas altas y su traje de látex negro que dejaba al descubierto aquel templo pecaminoso que Edward adoraba, observó la figura de su sumiso y la anticipación le tiñó los sentidos de manera sensual y absoluta.

- Te ves lindo querido – Dijo mientras pasaba sobre su cuerpo y abría la puerta de par en par. En un reflejo hipnótico en las botas de su ama, Edward observó una cálida luz roja que anticipaba furia. Se estremeció de excitación.

 -Hoy será aprenderás a controlar tus impulsos sexuales - habló con un tono de voz que desprendía lujuria, mientras caminaba de manera lenta al interior de la habitación.

- Gatea hasta el centro de la habitación Edward- le ordenó. 

Edward comenzó a gatear bajo la orden de su mujer de manera lenta y cautelosa. Llegó al centro de la habitación y continuó con su pose sumisa.

Madame Hale lo observó casi con deleite y cerró la puerta de manera firme. Caminó en dirección a una alargada mesa de madera rústica que contenía en su superficie una serie de elementos sádicos, como látigos, fustas y paletas. Rosalie observó los implementos con ardor, pero no tomó ninguno de ellos.
Hoy era un día clave para aquella mujer que tenía pensando presentar a su sumiso en su sociedad.





                  
-  Hoy practicaré unas técnicas con tu hermoso cuerpo- se encontró a ella misma mordiendo su labio inferior y luego de una sonrisa oscura añadió - Una de mis actividades favoritas - su tono de voz desbordaba perversidad.
Tomó un collar de cuero que estaba conectado a dos largas cadenas plateadas que llegaban a conectarse a un par de muñequeras con hebillas.

- Me beau bébé tendrás que someterte a mi propio placer. No quiero tu satisfacción, no la deseo – hablaba con una sexualidad devastadora. Se acercó a Edward, quién ya estaba sumido en un mar de sensaciones de placer demoníacas.

- Tu placer será condenado a dolor si no acatas mis ordenes-  dijo mientras despojaba a Edward de su bata de seda negra con furia lujuriosa.

- Tus manos al frente- ordenó Madame Hale mientras le instalaba el collar de cuero y luego procedía a esclavizar, con los grilletes de cuero, las dos muñecas. Edward intentaba comprender lo que su ama le decía. Sabía que estaba poniendo a prueba su control sexual, y él estaba dispuesto a obedecer todos sus antojos. Recibió gustoso los grilletes cuando Rosalie los ajustó con furia pegando el cuero a sus muñecas. 

- Levántate mi hermoso trofeo griego- sonrió- Y recuéstate boca arriba en el centro de aquel lecho- ordenó Madame Hale con voz profunda, mientras apuntaba con su dedo índice la gran cama de cuatro pilares, que se encontraba en el fondo de la habitación.

Edward, con la dificultad de sentir su cuerpo tembloroso y su pene palpitar de deseo, se puso de pie caminando rápidamente a la gran cama. Se acostó de inmediato como su ama le ordenó y se permitió perderse en la sensación de la seda fina de las sabanas al abrazar su espalda. Era una sensación gloriosa, pero aquel momento de disguste, fue interrumpido por el cuerpo casi escultural de Rosalie, que se situó a horcajadas sobre él. Edward casi tiene un orgasmo al sentir el centro caliente y hambriento de Madame Hale sobre su miembro ya despierto.
Rosalie, jadeó internamente al notar la erección casi gloriosa de Edward, pero su personalidad dominante no se hizo esperar. Tomó con una furia casi titánica una mata de hembras del cabello cobrizo de su sumiso, jalándolo con mucha fuerza mientras que con otra mano, le proporcionó una cachetada que resonó por toda la habitación.  

- Edward, ¡no te permito!- su voz causaba miedo - Controla tu pene querido, si no quieres que lo someta a un dolor permanente por desobedecerme ¿me has entendido?- preguntó mirando con su chispeantes ojos azules a Edward, quien la miraba con dolor y deseo, ya que el golpe consumía su rostro, pero la fricción que  le estaba dando a su pene lo llevaba a un límite de estruendo.
Con voz ronca en deseo, le respondió a su ama, quién estaba atenta a cada movimiento que él daba. 

- Si mi señora.

- Buen chico- dijo antes de besarlo con violencia para luego alejarse de él, dejándolo sumido en un éxtasis de depravación y anticipación sexual. 

-         Bien mi querido bébé. Ahora prepárate para ser sometido al dolor que te dará sabiduría para lo que te espera mañana en nuestra gran fiesta.

Rosalie se levantó de encima de su sumiso y fue hacía la mesa y tomó cuatro pinzas metálicas de tortura, una vela color rojo, su encendedor eléctrico para encenderla, y por ultimo, un collar de silencio, quien traía una bola metálica en el centro. 

Edward la miraba de reojo mientras Rosalie se acercaba como una gata en caza.

- Las reglas son simples querido. Si yo no te ordeno que te corras, tu no lo harás y punto. Pero si tu instinto gana la batalla de derramarte, créeme, el dolor que te haré sentir no será nada comparado con lo que vamos a probar ahora ¿entiendes? - habló Madame Hale mientras dejaba en una mesita de metal que estaba junto a la cama, todos los implementos que había cogido para someter a Edward.

Edward asintió levemente.

-Abre tus piernas – ordenó acercándose a él. Edward obedeció velozmente

- Muy bien- Rosalie con sus manos comenzó a acariciar de arriba a abajo la piel expuesta de Edward. 

- Estas hirviendo. Casi haces que mis manos se vuelvan cenizas al tocar tu cremosa piel- dijo Madame Hale mientras llegaba al miembro de éste y lo tomó acariciándolo lentamente con una de sus manos, mientras que la que le quedaba libre, se escabulló a sus testículos rozándolos tortuosamente.

Edward comenzó a sentir un lento y sutil placer en sus genitales. Gimió ruidosamente y retorció sus manos esclavizadas 

- No, no, no, mi querido Edward. Cuidado con tu boca. La quiero en silencio. Si gimes nuevamente azotaré tu pene por impertinente.

- Si… mi señora – dijo con dificultad al sentir el bombeo suave que le estaban proporcionando las manos de su ama.

-Bien, ahora quédate muy tranquilo. Si te mueves, solo harás que tu pene tenga placer y eso, claramente, es lo que quiero que controles -  dijo mientras dejaba de acariciar el miembro de Edward, tomando enseguida de la mesa metálica, el collar silenciador y las cuatro pinzas metálicas de tortura.

 - Levanta tu cabeza – ordenó.

Edward con dificultad levantó la cabeza observándola expectante. Rosalie colocó el collar, tapando su boca por una bola metálica.

- Si, así es – Madame Hale rebozaba excitación - ¿Vez que no es difícil obedecerme?

Sujetó el collar a la boca de Edward y luego lo obligó a depositar su cabeza de vuelta al colchón.

-Oh mi querido, no sabes lo hermoso que es verte tan indefenso y dispuesto para mi – dijo Rosalie mientras volvía a ponerse a horcajadas de Edward, causando que su centro nuevamente rozará el pene de Edward, quien salto palpitando de excitación.

- Ahora Edward aprenderás a controlar ese animal que tienes por miembro ¿me has entendido?- Edward asintió.

Madame Hale, comenzó a lamer, chupar, morder y besar cada rincón del cuerpo desnudo que tenía sumido bajo su cuerpo.
Edward comenzó a sentir como una fiebre abrasadora consumía lenta y dolorosamente su cuerpo. Sentía como si fuera a explotar en mil pedazos, el placer perverso lo volvía loco. Empezó a apreciar como todo su placer se acumulaba en sus testículos contrayéndose dolorosamente.
Pero antes que Edward se corriera como un chiquillo precoz de quince años, Madame Hale  notó con furia como sus ordenes no era llevadas a cabo.
Abruptamente paró de besar, lamer, chupar y morder la piel de su sumiso, tomando con rapidez las cuatro pinzas. Tomó uno de los dos testículos de Edward. Estiró su piel, como una cinta elástica, y luego instaló con furia una de las pinzas. 

- ¿No vez querido? Tus jodidas bolas parecen explotar, sin que yo se te diera mi consentimiento, y eso querido mío, esta realmente mal -  habló mientras instalaba otra pinza en su otro testículo.
Edward se desesperó ante el espantoso dolor que esas pinzas le proporcionaban. Forcejeó casi fantasmalmente para liberarse de la tortura. Miraba suplicante los ojos de su ama rogando interiormente que esa mujer sádica, tuviera piedad por él. Cuando la vio dejar sus testículos con pinzas, pero en paz, respiró aliviado. Él podía acostumbrarse a ese dolor, pero lo que no esperaba, era que ella no se detuviera. Tomó las dos pinzas restantes instalándolas con una rapidez de experta en cada uno de los pezones de un Edward dolorido.

- Esto mi querido, es entregarse al placer de alguien mas. Se que en estos momentos tus testículos y pezones te duelen como el demonio, pero mi querido bébé, no te das una idea de lo excitada que me siento al ver como te retuerces de dolor por  desobediente – con una sonrisa cínica, comenzó a sobar de arriba a abajo el pecho desnudo de Edward.

- Es una prueba de que tu lujuria es más fuerte que tu voluntad querido mío. Si tan solo  hubieras controlado tus impulsos de placer, en estos momentos no tendrías esas pinzas puesta y estarías follando mi culo como un maldito animal, pero… como no me obedeciste querido… - y comenzó a reír llena de placer voluptuoso.

 - No puedo permitir que mañana en nuestra fiesta, tu pene me desobedezca y me deje frente a todas mis amistades como si no te hubiera instruido bien.
 Madame Hale tomó de la mesa metálica, una vela color rojo y un encendedor eléctrico. 
Edward abrió los ojos horrorizado.

-Supongo que has entendido con claridad mis palabras- le regaló una sonrisa tierna- Volveré a someterte a prueba, pero escúchame bien Edward. Si noto algún indicio de que tu pene siente placer sin que yo te lo haya permitido, te advierto que la cera de esta vela- dijo mientras le mostraba la vela y el chispero - estará exactamente en tu miembro ¿me entiendes? – preguntó.

Edward en un jadeo monstruoso, asintió frenéticamente.

 - Muy bien. Espero que no me decepciones- dijo mientras comenzaba con violencia demoníaca a rozar su centro en el pene de Edward, quién con dificultad jadeaba y apretaba sus puños con fuerzas para controlar su cuerpo.

Edward no quería decepcionar a Rosalie. Él le debía mucho, casi su vida entera. Con una fuerza mental que ni él concebía tener, llevó su mente a la concentración extrema del por qué Edward Cullen, 22 años, se encontraba sometido bajo las perversiones de la mujer más deseada de la aristocracia parisina.
Y la realidad golpeó duro sus sentidos. El placer que Madame Hale se estaba dando a sí misma con su miembro ya no causaba efecto.
La cara de aquella joven, su llanto desgarrador, sus pequeñas manitos intentando zafarse de su fuerza monstruosa, su miedo, su ropa rasgada y la brisa helada parisina abrazando su miembro erecto, le recordaron, que su lugar en el mundo, era complacer a la mujer que tenía encima de él. Que no existiría jamás dolor alguno, para aplacar las súplicas que la joven suspiraba en aquel callejón años atrás…

Y así fue como Edward resistió sometido a la tortura demoníaca. Rosalie, vibrante y excitada por el logro de su hombre, tomó con delicadeza el miembro de éste y comenzó a masajearlo. Edward estaba en alerta, pero Madame Hale, con un beso casi tierno le susurró – Relájate precioso. Te quiero duro. ¡AHORA! – y su mano no tuvo piedad en ejercer una velocidad casi imposible.
Edward comenzó a retorcerse en goce y sin miramientos ni espera, Rosalie se posicionó e ingresó el miembro, ahora duro, de Edward en su centro con un gemido ronco y gutural.
Ambos aullaron de placer ante la escena plasmada.
-¿Vez lo fácil que era bebé?- Madame Hale cabalgaba lentamente sintiendo como Edward se iba poniendo cada vez más duro en su interior.

- Haz pasado la prueba y estoy muy orgullosa de ti- Rosalie habló con dificultad y por la furia y la excitación que sentía, comenzó a moverse casi con violencia sobre un Edward que se retorcía en dolor, placer y gemidos roncos

- Eres tan bueno aprendiendo- su tono de voz destilaba lujuria.

-¡Mierda! Te sientes tan bien dentro de mí que… ¡Mierda!- Rosalie se movía tan frenéticamente que Edward creía que iba a salir volando.
Estaba poseída por la lujuria que la estremecía. Su sadismo a flor de piel y ese hambre voraz que sentía por aquel parisino de cabello rebelde, la llevaba a respirar un libertinaje que añoraba y deseaba. Tomó la vela de la mesita mientras se mecía arriba y abajo sobre Edward, la encendió y derramó tres gotitas de cera de ésta sobre el pecho desnudo de su sumiso.
Edward sintió el calor de la cera y la combinación dolor-placer lo llevaba al desenfreno absoluto.

Rosalie gemía alto – Me encanta ver como gozas el dolor con el placer – la danza de sus cuerpos era desbocada y ansiosa. Cada tanto, Madame Hale, dejaba caer cera sobre el vientre del joven que suspiraba por más.

Deseo
Ardor
Necesidad
Y una fuerza volcánica arrasaba con el cuerpo de Madame Hale que no concebía tanto placer. Su vientre se contraía cada vez más y más. Un esfuerzo brutal mantenía a Edward esperando a que su ama le regalara los destellos de su excitación, para luego acompañarla en el brutal altar que tanto amaban.
Rosalie finalmente concluyó con el juego de la vela y continuó con el vaivén mientras liberaba a Edward de su collar de silencio y de las cuatro pinzas de tortura.

Cuando por fin Edward se rindió al placer absoluto sin ningún dejo de dolor, Madame Hale, apretó con todas sus fuerzas el miembro de éste en su centro, explotando en un inaudito orgasmo alejándose rápidamente del joven que casi lloraba por la liberación de su sexo.
Rosalie lo miró aún con su orgasmo a flor de piel, y trepó como una gata, a la cara de su presa.

-         Bebe mi orgasmo – habló casi en un susurro - Este es tu regalo. Has pasado la prueba… ahora ¡chupa fuerte!
Edward comenzó a succionar, lamer y besar, cada parte del centro de su ama sintiendo como su miembro palpitaba de necesitad.




Segundos, minutos, horas… pasó lamiendo el templo de todos sus pecados con la ansiedad de un drogadicto ante su droga.
De golpe y sin aviso, Rosalie, se retiró de la boca ansiosa de Edward observándolo directamente a esos ojos esmeraldas que la miraban con hambre infinita. Se acercó y lo besó con un deseo imposible.

- Estoy muy orgullosa de ti Edward .Hoy has demostrado que eres mas fuerte de lo que creía- dijo, antes de besar su mejilla fugazmente y rodar a un lado de Edward en la cama - Ahora tienes que entender querido, que mañana en la fiesta te espera esto… - dijo acariciando su pecho con ternura - O peores cosas, tanto de mí como de las personas que yo disponga ¿me has entendido?

- Sí, mi señora.

- Buen chico. En una hora exactamente vendrán unas personas de mi total confianza a prepararte para mañana en la noche. Te quiero duchado y preparado en tu habitación ¿de acuerdo?

- Como ustedes diga mi señora.

- Bien- Rosalie le dedicó una mirada tierna - Ahora ve a prepararte. Aún quedan muchas cosas que aprender.  

- Con su permiso – Rosalie asintió y Edward se arrodilló en el suelo con la cabeza gacha y comenzó a deslizarse hacía la puerta de salida.

-Edward-  la voz de Madame Hale retumbó en el silencio. Edward frenó su huída mientras escuchaba como su ama se levantaba de la cama y caminaba con sus botas altas. Quedó paraba frente a un Edward que casi muerto de excitación observaba como adicto el centro de su dueña que quedaba al descubierto en el sexy traje de látex.  

- ¿Si?- dijo Edward mirando el suelo. Rosalie tomó con su dedo índice la barbilla de éste haciendo que la mirara.

- No olvides querido, que si yo no te permito sentir placer, tú no lo harás. – Afirmó rotundamente mientras tomaba en sus manos el muy duro miembro de Edward.  

-Si… si, mi señora- respondió con dificultad al sentir mas y mas crecer el remolino en su bajo vientre.

- Bien- soltó el miembro abruptamente-  No quiero que te toques ni menos que te masturbes. Te necesito adolorido para que no olvides que yo soy la que manda este gloriado pene que tienes – Lo volvió a sostener de manera dominante dando un terrible apretón - ¿Entendido?

- Si Madame.

- Buen chico. Vete.


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Esa noche Martha le llevó una nuda de ropa que le sentaba de maravilla. Se bañó disfrutando la tranquilidad y la paz que la colmaban. Se refregó la piel de manera maniática por todo su cuerpo, buscando quitar las huellas de aquel lugar que le había marcado el alma, intentaba borrar los recuerdos, los golpes, los miedos.
Quitarse la desesperación y la humillación.
Se bañó con la esperanza de comenzar de nuevo.
Con una sonrisa de satisfacción se metió dentro de la cama y durmió como hacía tiempo no lo concebía.

Al día siguiente, luego de un suculento desayuno que Martha le obligó tomar, Isabella salió a disfrutar del hermoso día soleado que teñía Paris.
Dorian, la hija de Martha, quién era un año mayor que Isabella, la acompañó en la odisea turística.
Caminaron sonrientes por las calles. Isabella llevaba una gorra ocultando su cabello y unas gafas cubrían sus ojos. No quería ser paranoica pero no tenía intenciones de volver al orfanato, por lo que era mejor ocultarse un poco.
Dorian mostraba cada bar, cada plaza y cada cemento que conformaban la historia de Montmartre.

Entre risas y charla llegaron a la basílica  del Sacré Coeur. Enorme, blanca y resplandeciente, parecía vigilar y controlarlo todo. Isabella miraba el edificio de manera alucinante. Dorian reía de la mirada inocente que aquella joven tenía. Le llamaba la atención como admiraba cada paso que daban, cada hoja caída de los árboles, cada flor, cada pared… ¿Acaso nunca vio la luz del sol?  Isabella brillaba con cada rincón que sus ojos apreciaban.
La basílica estaba llena de turistas que se tomaban fotos y hablaban en diferentes idiomas. Dorian explicaba a Isabella un poco de la historia de aquella famosa obra de arte.
Estuvieron un largo rato allí. Dorian comprendía que su nueva amiga, necesitaba sus espacios y su tiempo para contemplar las cosas. Isabella solo observaba y agradecía en su interior la nueva oportunidad de vivir. Besó un santo de puro compromiso, y se largaron fumando un cigarrillo que Dorian tenía. 

Pasearon en un silencio cómodo por las calles empinadas.

- ¿De donde eres Isabella?

- ¿Importa Dorian? No soy de ningún lado. Soy libre – Dedicó a su compañera de ruta turística, una mirada de súplica y de clemencia. No tenía historia, no tenía pasado ni pertenencias.

Isabella se sorprendía cada segundo de sus pensamientos y contestaciones. La vida la obligó a tener voz y actitud. Estaba sola, en un mundo que desconocía y muerta de la felicidad. Dorian amaba la actitud misteriosa de la chica. Le daba un dejo sensual a su aspecto bohemio.

- Bien chica misterio. Dobla a tu derecha – Dorian le sonrió y le pasó un cigarrillo mientras tomaba su mano y caminaban en una nueva dirección.
Llegaron a la Place du Terte donde disfrutaron de los múltiples pintores que se encontraban con sus obras y una sonrisa melancólica y feliz. Música instrumental y un ambiente cálido se respiraba en aquella hermosa plaza llena de terrazas.
Un joven de un cabello rubio como el sol, y una sonrisa resplandeciente, se acercó hacía ellas ofreciendo pintarles un retrato. Ambas rieron tímidamente pero aceptaron la propuesta del chico bonito. Posaron por unos minutos, y un tierno Juan, como se llamaba, besó sus mejillas entregando el cuadro como un obsequio para la Jolie fille.
Ya eran las dos de la tarde y ambas decidieron ir por algo de comer.
Dorian la llevó al drôle d’endroit pour une rencontre excusando que los platos y cafés que allí hacían eran los mejores de Montmartre.
Isabella le dio los créditos por el café y los bollos que estaba degustando.
Estuvieron una hora en el café, mientras Dorian le contaba un poco de su vida. Tenía 19 años, un novio al cual no amaba, y estudiaba diseño gráfico.
Ambas congeniaban de manera casi absoluta. La comodidad les hacía pensar que se conocían de toda la vida, que eran viejas amigas que se reencontraban de la nada y compartían sus temores y alegrías. Si, solo Dorian. Isabella no iba a explotar su pasado, no en esta nueva vida.


Mas adentrada la tarde, fueron a visitar el Espace Salvador Dalí, un museo extraordinario dedicado al pintor de Cadaqués. El lugar hizo alucinar a Isabella y Dorian, como toda una parisina llena de cultura, hizo una maestría a su joven amiga de cada pieza de aquel museo. Isabella quedó encantada y de ahí se fueron a una librería donde Dorian compró un libro con la historia de Dalí y pidió especialmente trópico de cáncer de Henry Miller para obsequiarle a su amiga. Aquella niña quedó fascinada con el pintor, y su Henry Miller, iba a inculcarle un poco de cultura parisina y un dejo de la picardía cotidiana.

Isabella casi se muere al recibir los dos libros y abrazó a Dorian con todas sus fuerzas. Ese era el abrazo que daba las gracias por todo, no por los libros en sí, sino por la comprensión que aquella mujer le tenía.  

Tomaron un taxi y visitaron el Museo de Montmartre y luego el Moulin de la Galette. Dorian quería llevarla al Museo del Erotismo, pero se les hizo tarde y no alcanzaron. Prometió llevarla al otro día.
Regresaron bien entrada la noche al viejo albergue exhaustas. Se despidieron con un beso en la mejilla y cada una partió a su habitación.
Isabella llegó y del cansancio que sentía, solo alcanzó a meterse dentro de la cama y caer en un profundo y tranquilo sueño.

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-         ¡HABLA MALDITO BASTARDO!- un golpe seco en su cara le nubló los sentidos nuevamente.

- ¡No se! ¡No se donde mierda está! – James se encontraba atado en el zótano de hogar de la esperanza. Aro escuchó sus gemidos luego del escape de Isabella y lo asistió hasta que éste pudo hablar y contar lo sucedido. La furia brutal de Aro Vulturi lo llevó a encadenarlo y someterlo a tortura para saber el paradero de su montaña de fortuna.

- Tú sabes bastardo… ¡SABES LO QUE ISABELLA SIGNIFICA! – golpe - ¡MILLONARIO! ¡UN NEGOCIO MILLONARIO! – Golpe - ¿Dónde mierda está?

James sentía un odio consumirlo por dentro. No recordaba bien lo que había pasado y odiaba no tener a su chica junto a él… Maldita puta donde mierda te metiste… 

-
No lo se Aro. Realmente no lo sé. ¡La maldita me golpeó!

Aro estalló en risas – Hay… - habló con tono de burla – Pobrecito James, fue golpeado por una mujer – reía – Pobrecito – su voz fue candente – Por lo que no sabes donde está – medito – Bien. Es una lástima. Quedarás aquí hasta que a tu memoria llegue el recuerdo de las palabras de Isabella – sonrío maliciosamente – No me gustan las traiciones y tú – lo tomó del cuello - ¡MALDITO HIJO DE PUTA! Me has traicionado…
Un último golpe y se alejó de aquel espantoso lugar.

James estaba casi sin aire de los golpes recibido. Tenía que idear un plan para encontrar a Isabella… Te voy a encontrar maldita hija de puta, te voy a encontrar y nunca, pero nunca en tu vida, vas a padecer las torturas que pienso hacer en ese hermoso cuerpo… ¡PUTA! Te voy a encontrar…  y el cansancio lo sumió a dormirse.

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Habían pasado cinco días de su hospedaje en “Le Montclair Montmartre” el dinero, aunque aún tenía suficiente, se le estaba yendo rápidamente. Tenía que idear un plan. Buscar un trabajo. Si, eso era lo que necesitaba. Trabajar.
Martha y Dorian eran una bendición, pero no sabían su historia, no podía vivir de arriba, no lo merecía.
Dorian la había llevado a recorrer muchos lugares, entre ellos la llevó a la torre Eiffel, donde Isabella alucinó por el hermoso sena. La llevó también “
le marais y la bastille” donde Isabella contó a su amiga, que su escritor favorito, el marques de Sade, había estado preso por ser un libertino simpático.
La tarde anterior, Dorian cumplió su promesa de llevarla al museo del erotismo, donde rieron y se tomaron fotos cual modelos de play boy.
Ese día se levantó con miedo. La incertidumbre la mataba… ¿Quién tomará de empleada a alguien sin documento ni apellido? Nadie y lo sabía.
Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.

- Pase – dijo Isabella sabiendo que su nueva amiga estaba tras la puerta.

- Hey guapa – Dorian era extraña a su manera e Isabella se sentía muy cómoda con ella – Hoy voy a llevarte a un lugar que te encantará.

- Mmm… no estoy de ánimos para recorrer más museos Dorian

- No tonta… ¿Qué piensas? No soy una puta intelectual que solo visita museos. Más respeto con mi Montmartre, tenemos cosas interesantes sin una puta historia de por medio – y comenzó a reírse.

 Ya había pasado el mediodía y se encaminaron a la cochera del hotel. Martha hizo jurar a ambas que no harían locuras y con una desconfianza tremenda, les dio la llave de su pequeño auto.
Dorian aparcó cerca de un Café y ambas bajaron en silencio.
Se sentaron en una mesa alejada y una vez que el café llegó, y los cigarrillos fueron encendidos, comenzaron a hablar tranquilamente.

- Donde quiero llevarte es más tarde

- No hay problema – Isabella fumaba relajadamente disfrutando la suave brisa.

- Oye, quiero hablar contigo.

Isabella se tensó. Sabía que esta conversación llegaría tarde o temprano.

- Cuéntame algo de ti. No se nada solo que eres libre y eso no es información. Yo también soy libre, no tengo esposas sujetando mi cuerpo por lo que…

- Lo sé, lo sé. Dorian… - Isabella respiró hondo…

- Mi historia no es fácil. Yo no soy fácil y me cuesta muchísimo hablar de esto. Se que tú tienes derecho a saber. No has parado de ser servicial conmigo y realmente te lo agradezco – tomó las manos de su amiga sobre la mesa – Pero…

- Ya. Comprendo guapa, no te preocupes. Ya me lo dirás. – Dorian sonrió a la extraña mujer que tenía enfrente.

- Yo he tenido una vida difícil y se lo que es – comenzó a hablar Dorian – Mi padre murió joven y con mi madre hemos pasado penarías por eso… - bebió un sorbo corto de su café – Aún nos cuesta ser “felices” pero la vida es esto.

- Lo sé – respondió Isabella sabiendo que jamás podría contarle a esa mujer su pasado oscuro.

- Solo, solo quiero que sepas… que cuentas conmigo – y le dedicó una suave sonrisa.

- Lo sé Dorian. Gracias y no sabes cuanto.

El silencio colmó el espacio y luego de tomarse ambas un momento, comenzaron a hablar sobre los hombres que le robaban el corazón a Dorian. Isabella reía ante la locura de esa mujer que había llegado a ponerse dentro de una torta con tal de que su cantante preferido le dijera: Hola.
La noche comenzó a caer y ellas ya habían tomando unos dos vasos de cerveza. Reían hasta el dolor de panza y Dorian miró la hora.

- ¡NOS VAMOS!- rieron aún más fuerte – El show va a comenzar

- ¿Dónde vamos?

- Sube al auto guapita. Te llevaré a conocer la noche y nunca más hablarás de museos en Montmartre.

Iban en el auto escuchando a un volumen ensordecedor “Show Me How You Burlesque” de Christina Aguilera. Dorian sentía una fascinación casi patológica por esa canción.


-¡Vamos Isabella
! “Hit it up, get it up Gotta give me your best So get your ass up Show me how you burlesque” – cantaba a gritos e Isabella reía como loca.

                          
-         ¡OH DIOS MIO! – el impresionante Moulin Rouge estaba frente a sus ojos y un montón de mujeres hacían cola.




-         Oh si guapa. Vamos a divertirnos.

El flamante cabaret ofrecía una noche de mujeres.

- Vamos nena

La cola de mujeres parecía no terminar nunca, pero Dorian se acercó a los guardias que estaban en la puerta y con unas sonrisa y un saludo, las dos jóvenes, ingresaron flamantes al espectacular lugar.

Tomaron asiento en una mesa para dos cerca del escenario. Un hombre guapo como un adonis se les acercó para pedir sus pedidos. Ambas quedaron heladas ante la belleza y casi en un gemido, Dorian pidió dos cervezas.

El show comenzó y la noche se tiñó de alcohol, risas y mujeres acaloradas por los flamantes bailarines que danzaban al ritmo de la música.
Isabella se divertía con un dejo de culpa. ¿Acaso esos bailarines eran libres? No podía dejar de pensar en esas cosas.
Un show terminó y tenían un intervalo de unos minutos para el próximo. Las cervezas se transformaron en margaritas y la cabeza de ambas mujeres giraba en torno a las luces.

- Pero mire usted con quien me vengo a encontrar aquí – Dorian giró su cabeza y la hermosísima
Renée Swan se encontraba sonriéndole.

- ¡Renée! Amiga… ¿Cómo has estado?

- Muy bien preciosa, muy bien. Vine a distenderme un poco de mi noche. Uno nunca debe dejar pasar el espectáculo para mujeres que este bello lugar ofrece.

- Vienes a la competencia – río Dorian.

- ¿Competencia? Esto es histórico, lo mío trascendente… - y ambas estallaron en risas.

-         ¿Y tú eres? – Renée tomó asiento en una silla que se encontraba dispuesta cerca de la mesa de las jóvenes y señaló a Isabella.

- Isabella. Mucho gusto – sonrió.

- Hola Isabella, que hermoso nombre tienes…

- Gracias

Renée Swan, multimillonaria parisina. Dueña de un flamante y lujoso Cabaret, donde la clientela pertenecía a los grandes adinerados.
Renée, 37 años, esbelta, hermosa y millonaria, vivía la vida sin frenos. Amaba todo lo que veía. Era una loca suelta y disfrutaba la locura de sobremanera. Era libertina y extasiada. Nadie disfrutaba como ella.
Isabella la observaba atónita… ¿Puede ser más bella?  Su sonrisa empalidecía a cualquiera y su perfecto sentido del humor hacía que todos la amen.
Pasaron la noche entre risas y finalizaron con la promesas de juntarse a cenar las tres.

Al otro día, con un dolor espantoso de cabeza. Isabella pasó casi toda la mañana maldiciendo las cervezas y las margaritas. Se levantó, tomó una ducha y agarró unos de los libros que Dorian le obsequió y salió a caminar.

Necesitaba estar en soledad un poco. Tantos años con ella misma que estos días junto a Dorian la hicieron extrañar su interior. Caminó sin cuidado por las calles, nuevamente con su gorra y sus lentes de sol.
Se instaló en un modesto café y pidió un jugo de naranja.
Comenzó a leer tranquilamente. Su mente concentrada en las palabras difíciles vaciló en el nuevo vicio adquirido… Mierda, debería haber comprado cigarrillos…
Levantó la vista en busca de alguna persona que estuviera fumando para pedirle un cigarrillo de manera amable y sus ojos se posaron en la mujer que conoció la noche anterior… ¿Cómo era su nombre?

Renée estaba sentada sola. Fumaba como loca y repasaba una revista de moda. La mujer destilaba estilo y audacia. Una seguridad en su cuerpo estremecía a todos. Renée levantó la vista y observó a Isabella mirándola.
Isabella agachó la mirada con vergüenza y se sonrojó profundamente.
La astuta mujer, riendo por lo bajo, cerró la revista, tomó su café y se acercó a la mesa de su admiradora.

 
- Buenas tardes Isabella – le sonrió mientras sin vacilar se sentó frente a la chica.

- Hola señora – respondió Isabella con una leve sonrisa.

- ¡NO! ¡JAMÁS! ¿Señora? – Y se río – Soy Renée

- Oh lo siento. Vamos de nuevo. Hola Renée. ¿Cómo estás?

- Muy bien preciosa, ¿tú? – Renée observó el libro entre sus manos – Oh… Henry Miller… de haber podido, lo hubiera echo mi amante. ¿No te parece sexy? – Isabella río.

- Recién estoy empezando, pero si. Es sexy.

- ¿Qué hay de ti, Isabella, quien eres? – Renée era así. Iba de frente y sin miramientos quería penetrar la vida de la joven con ojos peligrosos.

- Isabella, 18 años. Nací en Paris… Creo…  Mmm mi vida no es interesante. – sonrío buscando alejarse de aquel muro impenetrable.

- Pues a mi sí me parece interesante. Reconozco las mentiras, reconozco el potencial… es perfecta… hermosa, joven, amable, tierna, es perfecta para mi.

- ¿Tienes miedo? – Renée cambió su postura. Se convirtió en una mujer de semblante maternal. No quería asustar a la niña. No era su intención dañarla ni nada por el estilo. Solo sentía esa tonta necesidad de saber de ella, de ayudarla. Lo sentía y ella creía en las intuiciones. Por intuición se convirtió en millonaria. Por intuición se divorció y por intuición hoy era consciente de su corto plazo de vida.
- Si… tengo miedo – no sabía por que se abrió con aquella mujer que la miraba dulcemente.

- Pues no tengas miedo. No conmigo. Sé que no me conoces, pero a veces es mejor así. Yo he confiado en gente que conocí y me ha traicionado. Gente que no conocía me ayudo mucho – Renée sonrió intentando darle confianza a la joven.

-         No es fácil Renée. Estoy sola. Completamente sola y aterrada – el miedo y el espanto que había estado ocultando hasta de ella misma, brotó con lágrimas cargadas de emoción. Renée respetó en silencio aquellas lágrimas y con cuidado tomó la mano de Isabella, proporcionándole una caricia suave.

- Perdón – se apresuró a decir la joven mientras secaba las lágrimas con su mano libre.

- Shii mi cielo, no pidas perdón. Llorar es tan bueno como reír. Llorar es glorioso. ¿Llorar? Es a veces más comunicativo que las palabras. Tú acabas de decirme mucho con tus lágrimas. Estoy aquí, dispuesta a escucharte. Vamos linda, no soy solo una vieja bonita – y le tendió una sonrisa.

- No eres vieja – Isabella intentó ser chistosa.

- ¡Claro que no! – Renée le guiñó un ojo.

Así fue como Isabella, entre cafés y jugo, y unos diez cigarrillos, contó casi toda su historia a aquella extraña que se estremecía por dentro al escuchar el relato macabro que la joven relataba.
Isabella, por miedo, ocultó nombres. Sólo contó los sucesos sin dar información que la perjudicara.

- Y aquí estoy – concluyó.

Renée se tomó un momento digiriendo todo lo que escuchó. Cada vez que Isabella relataba una escena, Renée más se aseguraba que ella era la correcta.
La miro con un amor casi innato. Le dedicó una sonrisa dulce y sincera y tomando sus dos manitos entre las suyas le dijo:

- Vente conmigo. Sé mi hija.

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Ya en su habitación, luego de una relajante ducha de agua fría, Edward se encontraba sentado en un fino sillón color negro, leyendo un ejemplar casi nuevo de la filosofía del tocador del marques de Sade, una obra teatral de aquel genio que lo obsesionaba.
Unos suaves golpes en la puerta lo sacaron de la concentración de su lectura. Lentamente la puerta se abrió y Rosalie Hale ingresó a la habitación junto con dos jóvenes hermosas de idénticos rasgos asiáticos.
Akame y Kumico, eran dos hermanas gemelas de 25 años de edad, provenientes del norte de china e hijas de un prestigioso magnate asiático. 




La vida de las gemelas siempre rebosó en lujos y pequeños libertinajes. Cuando tuvieron la edad para el desenfreno, se dejaron atrapar por la voluptuosidad que sus padres siempre comentaban y se hicieron adicta de manera patológica de las prácticas de dominación/sumisión.
Hicieron cosas aberrantes. El seno familiar donde se criaron las hermanas era diabólico y sexual. Ambas reían en los lujos libertinos y se regodeaban en los placeres más excéntricos. Eran amadas por su dominación y miles de hombres deseaban costear fortunas por tener al menos un beso, una nalgada de aquellas que eran ya, un mito asiático.
Y así fue como el trascurso de los años, las dos jóvenes libertinas y de mentes retorcidas, ya practicaban el arte de la dominación con profesionalismo.
Eran las protagonistas de diversas fiestas privadas en torno al mundo del BDSM, todas y todos las amaban.
Pero luego que su madre falleciera en un trágico accidente automovilístico, las dos hermanas, devastadas por la perdida repentina de su madre, decidieron pedirle a su padre que las enviara a Paris a vivir. Éste, con el dinero y las influencias que contaba, no tuvo mayor inconveniente que extrañar a sus dos bellezas. Las envió a Paris, y las jóvenes gemelas colmaron de placer la noche parisina como dominatrices profesionales.
Madame Hale las conoció en una fiesta y quedó deslumbrada bajo los encantos de las jóvenes. Respetó y amó desde el primer momento a cada una de ellas, y se dejó enseñar y sumir bajo los dones que las sabias dominantes le ofrecían.
Unos años de rotundo aprendizaje y terminaron siendo buenas amigas.
Era tanto el amor y respeto que se tenían, que las gemelas, eran las encargadas de darle el toque final a todos los sumisos que Madame Hale iba a presentar en la sociedad BDSM.
Edward las miraba entre encantado y asustado. Las jóvenes de una belleza inmensa, tenían en sus miradas un brillo voluptuoso que encogía almas.

- Edward querido, acércate aquí- le ordenó Rosalie mientras las gemelas contemplaban atentas cada movimiento del joven. Edward se acercó, cauteloso y con la cabeza gacha, al encuentro con las tres mujeres.
  
- Quiero presentarte a mis grandes amigas, Akame y Kumico-  Las dos mujeres  venían vestidas con trajes completos de látex y traían en sus manos dos grandes maletas de cuero rojo. Edward tragó en seco.

- Es un placer conocerlas señoritas- dijo Edward mientras mantenía su mirada baja. Sentía como las dos mujeres lo analizaban de pies a cabeza, y sus nervios se disparan a mil.

- Oh Rose, pero que niño más guapo que tienes escondido –dijo Akame mientras caminaba alrededor de Edward, clavando una mirada de deseo demoníaco -Quítate la bata- ordenó de golpe Akame haciendo que Edward saltara en el proceso y se quitara la bata rápidamente

-Mmm… -  gimió Kumico lujuriosa acercándose rápidamente al joven tocándole las nalgas expuestas  - ¡Que nalgas mas hermosa!- masajeaba con maestría el trasero de Edward haciendo que éste sintiera lentamente como su miembro cobraba vida.

-¿Te gusta esto hermoso?- pregunto Akame de pronto mientras con una de sus manos tomaba el miembro de Edward haciendo que él se tambaleara  - Cuidado querido. Nadie te dio lugar para perder estabilidad. Concéntrate – dijo Akame con voz profunda mientras seguía bombeándole el miembro lentamente y su hermana, por otro lado, seguía con el trabajo de acariciar con devoción las nalgas del joven. 

- Mis queridas amigas – una excitada Rosalie comenzó a hablar - Por eso me encanta tanto compartir mis sumisos con ustedes- la voz era cada vez más profunda y siniestra - Es tan excitantes verlas a las dos- concluyó con una voz que se perdió en un gemido. Tomó la boca de Edward y lo besó ferozmente.
Edward comenzó a sentirse mareado ante el placer que las tres mujeres le estaban proporcionando.

Las dos hermanas al darse cuenta del éxtasis de placer que comenzaba a sentir Edward, se alejaron rápidamente, dejando a Madame Hale consumirlo en besos caníbales. Edward extasiado como estaba, llevó su mano en un instinto sexual al coño de Rosalie, escarbando su pantalón y rozando torpemente su punto de nervios. Madame Hale se detuvo por completo y le dedicó una mirada de furia titánica

- ¿No es adorable?- preguntó Madame a sus amigas, quienes observaban con un gozo casi perverso, como con tan solo la mirada Edward acataba la orden de su ama, quitando la mano y agachando con vergüenza, su cabeza.

 -Pero… lo adorable no quitará que te haya hecho algo que no le has pedido mi querida amiga- respondió Kumico con voz maliciosa. Su hermana capto el mensaje y añadió rápidamente.

- Creo Rose, que tu adorable bebé necesita una lección por desobedecerte. 

- Lo sé Akame- afirmó Madame Hale retirándose del cuerpo de Edward y comenzó a caminar en dirección a las maletas que traían las gemelas. Abrió con delicadeza la que sostenía Kumico y sacó de su interior una paleta de castigo.

- Ponente en cuatro Edward. Ya sabes que no puedes desobedecerme-  dijo Rosalie  con voz profunda mientras se acercaba a él. Edward sintió entumecieron sus sentidos. Se puso en cuatro suspirando pesadamente. Sabía que se lo merecía por lo qué, esperaba gustoso el dolor, ese dolor que le daba la paz que había perdido.

-  Recibirás quince golpes ¿estás listo? – Rosalie posicionó la paleta en el trasero de Edward, quién al sentirla, cerró sus ojos y contesto con un débil “si”

- Bien. Vas a contar conmigo-  Tomó impulso y un sonoro golpe en las nalgas de Edward colmó el ambiente. Edward casi se cae de boca por el fuerte golpe y la posición en la que se encontraba  -¡Cuenta!- gritó Madame Hale haciendo que Edward contuviera su dolor mordiendo su labio y contestara. - ¡UNO!

Golpe. - ¡DOS!- el dolor iba en aumento.




-¡Que cosa tan placentera!- chilló Kumico, quién observa con gozo lujurioso como Edward, al séptimo golpe, se retorcía de dolor sintiendo sus nalgas hervir de dolor.

- Dale mas fuerte Rose, que sienta quien es su ama- dijo Akame, quien estaba sentada en un de sofá de un cuerpo, mientras contemplaba la escena como si fuera la obra de teatro mas hermosa que jamás había visto en su vida. 

Madame Hale con todas sus fuerzas, terminó de castigar a Edward con golpes fuertes y profundos. Cuando terminó, Edward calló de rodillas al suelo, sintiendo como su trasero palpitaba de dolor y sus músculos estaba engarrotados.

-¡Bravo, bravo, bravo!- aplaudió Kumico seriamente y se acercó a Rosalie, quién se arreglaba el cabello - Te felicito mi querida amiga, eso fue un regalo más que placentero para mi vista- dijo kumico, antes de darle un sutil beso en los labios a Rosalie, quién lo recibió gustosa.

-Gracias mi adorable Kumico-  y le devolvió el beso, pero más profundo y demandante. Edward las observaba lleno de lujuria.

- Bien. Voy a tomar un baño rosa – Madame Hale se separó de Kumico y volteó a mirar a Edward que se encontraba de rodillas en el suelo.

- Levántate mi querido bebé. Aún no han terminado contigo - Akame, quién se mantuvo en silencio en el sofá, se levantó y habló con voz lasciva. 

- Exacto. Ahora que he visto la magnitud que puede soportar este hombrecito, ha mi mente han venido muchas ideas para que mañana, tu adorable sumiso, se luzca en tu fiesta- dijo mientras se acercaba a  Edward, el cual, con dificultad se había puesto de pie y miraba al piso, sintiendo como por su espina dorsal  un escalofrío le recorría.

- Entonces las dejare trabajar tranquilas. Lo quiero más que reluciente para mañana en la noche- Madame Hale se acercó a Edward y le dio un beso fugaz. – Escúchame Edward, mis amigas tienen completa libertad y mi consentimiento para hacer contigo lo que deseen. Compórtate… ¿Entendido?   -Sí mi señora.
                            
- Bien hermana mía- dijo Akame mientras acariciaba el antebrazo de Edward -¿Qué quieres que hagamos primero con él? 

- Me encantaría que follara  duro mi culo, pero eso lo estoy dejando para mañana – medito Kumico -  Por ahora ¿Qué te parece perforarles esos hermoso pezones y dejarle puesto unos lindos aretes?-  Kumico se acercó a Edward, quien  comenzaba a temblar de terror al escuchar sus demoníacas palabras.

-Mmm… me parece muy bien hermana. Estos pezones - dijo pellizcándolos -Merecen que tengan algo lindo que mostrar – Edward sintió la lujuria correr por sus venas. Aquel toque cargado de sensualidad lo enloqueció por completo.

Kumico se dirigió a las dos maletas que traían y comenzó a sacar todo tipo de implementos. 

Después que las dos hermanas se dispusieran a trabajar en la apariencia de Edward, las dos mujeres procedieron a perforarle los dos pezones. Mientras una se dedicaba a perforar con una máquina especial, la otra hacía que él contuviera el dolor, mientras con habilidad le chupaba y lamía el miembro, haciéndolo perder más y más en el mar de sensaciones que le proporcionaban.
Con el placer que sentía en su miembro, el dolor físico se opacaba. Era tanto el placer proporcionado, las dos mujeres, una en sus pezones causando un dolor espantoso, y la otra en su miembro haciéndolo correr potentemente. La mujer tragó con deleite la semilla que el sumiso de su amiga le entregaba.

Luego del momentos en que la lujuria pasó en los tres, las hermanas, como si nada hubiera pasado, siguieron con el trabajo de probar una infinidad de ropa en el muñeco, como lo llamaban, que consistía en sungas de cuero y látex, camisetas que dejaban ver sus adoloridos pezones, donde yacían dos aretes,  pantalones de cuero. Edward estaba tranquilo hasta que a las perversas gemelas, se les ocurrió probar un boxer de metal que enjaulaba su miembro, mientras las dos hermanas perversas, lo tocaban, lamían y mordían en todo su cuerpo, haciendo que su miembro creciera y que Edward sintiera como la precien del metal lastimaba sus genitales. 




Pasó una hora en las que las gemelas torturaron sexual y físicamente a Edward. Las hermanas diabólicas, terminaron de vestirlo  con un pantalón de látex apretado y una camisa con dos agujeros dejando expuestos los pezones de Edward.
Le sacaron miles de fotos, parloteando que iban a su álbum privado.
Madame Hale ingresó a la habitación sumamente relajada. Observó a su sumiso y la excitación de saberlo suyo, la colmó de manera rotunda.

- ¡Wow! Se ve grandioso -  Lo observaba detalladamente -¿Ves que es fácil complacerme bebé? ¡Te ves hermoso!- dijo antes de besarlo fieramente quitándole todo el aire de los pulmones a Edward.  

- Bien –dijo Rosalie dejando los labios de Edward, que pedían más de los besos caníbales -  Creo que mi bebé debería descansar. Hoy a sido mucho para él y lo quiero fuerte para lo que le espera mañana -  Rose acariciaba el rostro de Edward y luego miró a sus amigas, quienes la contemplaban tranquila, mientras fumaban un fino cigarrillo de vainilla. 

- Esta bien, pero quiero hacerte una sugerencia mi querida Rosalie- dijo Akame con voz maliciosa y cargada en anhelo. 

-¡Claro! Dime lo que quieras. Tengo que agradecerles lo que han hecho -Madame Hale desbordaba alegría. 

-Hoy por obligación tienes que hacerlo dormir atado, mañana no sabremos si podrá soportar estar toda la noche atado, sin sufrir algún daño. - dijo Akame mientras Edward se quedaba atónito por un momento. 

-Tienes toda la razón mi querida amiga. Luego de que se de un baño y cene, lo ataremos para que aprenda a soportar el dolor. 

-Bien ¿Por qué no pasamos a tomar un trago? Aún tenemos que hablar los detalles de la fiesta. 

- Me parece bien. Estoy un poco exhausta-dijo Kumico levantándose de su puesto y apagando su cigarrillo en uno de los ceniceros de la mesita junto al sofá -Necesito algo fuerte para no lanzarme encima de ese hombrecillo. 

- Te comprendo. Yo aún estoy conteniéndome para no follármelo en mi cuarto de juego ahora – dijo entre risas Madame Hale sonriéndole seductoramente a Edward, quién sintió tranquilidad al saber que su ama lo deseaba con intensidad.

- Quiero que te des un baño y luego cenes algo. Tu comida se te traerá aquí para que no salgas de la habitación ¿entendido?

-Si Madame -respondió Edward, mientras mantenía su mirada baja y sentía como su ama le acariciaba los brazos y mejillas proporcionándole una satisfacción personal.  

-Bien Edward, ve a la ducha. Luego vendremos por ti.  

-Si Madame. Con su permiso señoritas - dijo Edward antes de encaminarse al gran baño, estilo egipcio, que se encontraba en su habitación. 

Edward se apresuro a llenar la tina con agua caliente, despojándose en el proceso de sus vestimentas.
Sumergido en el agua caliente de la tina, a su mente vinieron miles de recuerdos de todo lo que había pasado recientemente. 

Él, a pesar de que sentía todo su cuerpo adolorido por las torturas y castigos a los que había sido sometido, su corazón y mente se sentían tranquilos de por fin sentirse satisfecho consigo mismo.
Hoy había logrado que Rosalie se sintiera satisfecha y feliz de que haya acatado cada una de sus órdenes. Sentía que anhelaba con locura percibir el dolor placentero, si, era su manera de olvidar su miserable vida, su triste padre y su maldito error.

Hoy por primera vez en su maldita existencia, Edward Cullen, tenía la certeza que su misión en el universo, era hacer sentir bien a las mujeres que se lo pedían.

Y así fue como Edward paso más de una hora consumido en sus pensamientos.
Recordó con un placer bestial a aquella mujer que le cambió la vida por completo. Para Edward, Rosalie Hale, era la redención que la vida le envió. Solo sentía que jamás la iba a abandonar.  
Con su bata negra y muy relajado, se recostó sobre la cama y continuó la lectura de un tomo del Marques de Sade. Llego finalmente su cena y la degustó mientras se sometía a los encantos que le entregaba el ejemplar.  

Con unos sordos golpes en su puerta… ahí estaban. Salvajes, sexys, y demoníacamente apetecibles las tres mujeres con… No… no, no… esto no puede estar pasando…

Continuará…



Bueno chicas… aquí está el capítulo.
Mil perdones, realmente la vida cotidiana puede ser terriblemente jodida.
Pero finalmente, lo hemos logrado.
Gracias a todas las que nos esperaron y todas las que nos leyeron.

Especialmente gracias a:
Tata XOXO, LOLISGOF, CaroBereCullen, LUZ. C.C, Yessenya (¿Te gustó?), sachita1212 (Gracias nena, es un honor tenerte como lectora), zujeyane, annel, vampireprincess20, JuLi, Auramont, NaChiKa Cullen y ¡a todas las que leen!
Merecen cada una un rico azote placentero y una entrada gratis al Moulin Rouge.

Gracias a Gomory por la ayuda.
Nos leemos pronto.
Justine.  

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